El día que el barro habla: homenaje a quienes modelan el tiempo.

Por Paolo Gastello Mazzei

Una carta abierta para quienes moldean la tierra con las manos y el alma

Este no es un mes cualquiera. Mayo es el Mes Internacional del Ceramista.
Y aunque muchas veces pasa desapercibido en el calendario, para quienes escuchan el barro, dialogan con el fuego y esperan a que la humedad ceda y el silencio hable, este mes es una oportunidad para mirar hacia adentro.

Porque lo que hacemos transforma más de lo que se ve.
Nuestro oficio no solo es arte ni solo técnica: es una forma de vida que deja huella en el mundo, en las personas y en las nuevas generaciones.
En un presente marcado por la inmediatez y el consumo fugaz, nuestra práctica nos recuerda que otra forma de habitar el tiempo es posible.

No solo hacemos objetos: creamos puentes entre mundos

Cada vez que tomamos un trozo de arcilla, estamos tocando algo que estuvo aquí mucho antes que nosotros.
Y que seguirá aquí cuando nos hayamos ido.
Esa materia humilde —que otros pisan sin mirar— en nuestras manos se transforma en lenguaje, en forma, en memoria.
Sabemos que no hay apuro.
Mientras el mundo exige resultados inmediatos y consumos rápidos, honramos los ritmos profundos de la tierra.
El barro no se puede acelerar.
Tiene que ser escuchado. Sentido.
Y nosotros, ceramistas, sabemos hacerlo.

En cada pieza, el cuerpo habla con el planeta

Lo sabemos con los dedos, con la espalda, con el aliento.
Cada etapa del proceso tiene un tiempo, un pulso, una temperatura.
No es solo técnica: es un diálogo constante entre el cuerpo humano y el cuerpo tierra.
Un acuerdo sagrado donde nos convertimos en canal.
Hay en nuestra práctica una paciencia que el mundo moderno ha olvidado.
Una entrega que no necesita vitrinas, porque la transformación sucede primero adentro.
Construimos vacío, sí, pero para llenarlo de sentido.
Para que otros lo habiten con sus gestos, sus comidas, sus historias.
Por eso, es importante recordar cada paso del proceso: desde el reconocimiento de la arcilla, su humedad, la limpieza, el amasado, hasta la cocción final.
Nada se omite. Nada se acelera.
Y en ese tiempo que tomamos, mientras nuestras manos trabajan, conversamos también con los climas que la tierra nos regala: el sol que seca, la brisa que enfría, la lluvia que humedece, el fuego que transforma.

Todos los ceramistas: de las salas de exposición a los pueblos originarios

Este texto no es solo para quienes no han sido reconocidos.
Es también para quienes lo han sido, para quienes exhiben en salas blancas, para quienes enseñan, para quienes heredan el saber de sus abuelas en fogones de barro.
Todos compartimos la misma responsabilidad: no olvidar para qué hacemos lo que hacemos.
Porque nuestras obras no solo deben mirar hacia afuera: deben resonar en lo profundo de esta sociedad que aún busca sentido.
Y no podemos olvidar, nunca, pisar la tierra con la que trabajamos.

No es solo nuestra obra. Somos nosotros, ceramistas, quienes transformamos el tiempo

Nuestro lugar no está en la periferia.
Nuestro oficio no es un lujo.
Nuestro tiempo no es lento: es urgente, porque es un acto de resistencia frente al vértigo del presente.
Este mes y siempre, ceramistas, recordémoslo:
No solo modelamos arcilla.
Sostenemos memoria, territorio y humanidad.
Y en cada pieza que nace de nuestro fuego,
el tiempo se detiene un instante para escucharnos.