Vivi Posincovich

Vivi Posincovich nació en Manuel Ocampo, un pequeño pueblo cercano a Pergamino, en la provincia de Buenos Aires. Crecer en ese entorno le despertó la necesidad profunda de vincularse con la naturaleza.
A los 19 años se convirtió en madre, mientras estudiaba antropología. Aunque no terminó la carrera, ese recorrido fue un punto de partida clave: le abrió la puerta a lo ancestral, a las cosmovisiones indígenas y a las formas de producción artesanal que, hasta hoy, siguen nutriendo su obra.
La búsqueda de poder quedarse en su casa, criando y disfrutando de sus hijos, hizo que encontrara la manera de vivir del arte, trabajando en su hogar. Para ella, esa posibilidad fue un gran regalo que se hizo a sí misma.
Ese vínculo con lo ancestral la llevó a trabajar en papel y grabado en sus comienzos como artista. Actualmente, continúa fabricando su propio papel con fibras vegetales. ¡Nunca compró papel!
En los primeros momentos también usó telas, pero su vínculo con el papel fue más fuerte y le permitió desarrollar la serigrafía y la xilografía.
Crear en el taller de su casa y vender sus producciones no fue sólo una manera de sostenerse, sino también su modo de habitar el mundo.
La cerámica llegó a su vida por esa necesidad ancestral y humana de meter las manos en el barro.
Durante la pandemia comenzó a desarrollar un emprendimiento en el que combinaba cerámica y textil para crear pequeños animales que llamó chamanas y fetiches. En la muestra en el Espacio Hornos sin Fronteras presenta una serie de figuras inspiradas en animales autóctonos.
Estas criaturas nacen del vínculo con la naturaleza y de una mirada profundamente influenciada por la cosmovisión indígena. Los relatos de los pueblos originarios, sus mitologías, principios filosóficos y las formas propias de las artesanías andinas funcionan como disparadores creativos para dar vida a seres únicos, imaginados a partir de esas raíces.
Vivi también los llama “muñecos” porque le recuerdan a su infancia en el campo. Para ella, son una forma de volver a ese tiempo en que la humanidad estaba más conectada con la magia de la naturaleza, con el asombro ante cada descubrimiento, con la alegría de subirse a los árboles. Un momento que guarda como el mejor de su vida.
La artista cree que, consciente o no, uno define desde chico cosas importantes para su futuro. En su caso, haber sido madre joven y dedicarse al arte tiene que ver con eso: de niña ya estaba siempre creando con lo que encontraba. Recuerda las tardes en la laguna con una amiga, juntando caracoles o renacuajos para ver cómo se transformaban. Ese asombro por los ciclos de la naturaleza la marcó.
Hoy sigue trabajando así, con lo que tiene a mano —telas, cerámica—, para dar forma a criaturas que suelen tener algo de animal y algo de humano. Para ella, hay una magia en la naturaleza que no todos ven. Se crio en el campo, y aunque su apellido proviene de otra parte —sus abuelos eran croata—, siente que sus raíces están acá. Se reconoce mestiza, nacida en esta tierra, y cree que sus ancestros, más allá de la sangre, también están acá.
Su formación es autodidacta, aunque no le gusta del todo esa palabra. Prefiere pensar que se nutre de saberes que vienen de muchos lados. Siempre fue muy curiosa con los materiales, le interesa investigar y llevar todo eso al taller, experimentar cómo se expresan distintas materias. Por eso, en su obra se entrecruzan la cerámica y el textil.
Con el textil, además, tiene una relación especial: lo encuentra por todos lados. No sólo por los descartes de la industria, sino también porque en cada casa hay materiales guardados. Le han llegado tejidos antiguos de amigos que ni se acordaban que los tenían, piezas andinas o retazos que alguna abuela guardó durante años en un cajón.
Esos textiles son una enorme fuente de motivación. Cada uno trae consigo una historia, una carga simbólica que transforma en algo nuevo. Le encanta poder darles una segunda vida, trabajar con lo que ya tiene memoria y convertirlo en otra cosa nueva.
Esta creadora textil y ceramista menciona que tuvo muchos referentes, pero si tiene que nombrar a alguien, elige a Silke, del arte textil. Cuando llegó a Buenos Aires, Silke vivía allí y ella ya había visto algunos de sus trabajos en batik sobre seda, una técnica que le fascinaba. Aunque no pudo tomar clases con ella, siempre fue su referente. Comenzó a practicar batik por su cuenta, con un librito, a practicar la técnica sobre tela combinada con un grabado y, después, llevarlo al papel.
Actualmente lo sigue usando. Es una técnica de reserva: se usa cera de abejas caliente, se pinta sobre el papel o la tela, se hace una reserva, y después se tiñe y se vuelve a cubrir con cera. Silke fue una maestra en eso y una referente de los primeros años. Después vinieron muchos más: de la pintura, la gráfica, el grabado…
En cuanto a su creación de muñecos, reconoce que “flasheó” al descubrir el trabajo de Bovo Theiler, un artista contemporáneo cuya obra la impactó profundamente.
En el ámbito de la cerámica, menciona como referente a su compañero Luciano Polverigiani.
Actualmente, le está gustando mucho trabajar en formato grande. Así, el paso de las “chamanitas” pequeñas, que fueron como el inicio en el textil, dio lugar a criaturas mucho más grandes. Cada vez piensa más en intervenir espacios amplios, imaginar un lugar específico y transformarlo a través del textil, la cerámica o lo que sea, aunque su preferencia sigue siendo el textil.
Durante mucho tiempo, participó en ferias en San Telmo, donde vendía directamente al turismo, aunque era un escenario muy especial, le resultaba muy agotador. A partir de 2018, comenzó a apostar por las redes sociales y las muestras, con el interés de abrir nuevos espacios para su obra. Esta gran artista no solo nos regala el privilegio de sus obras, sino que también nos deja uno de los relatos que la inspiran, invitándonos a imaginar mundos posibles y a que cada uno de nosotros encuentre su propia inspiración.

Relato de un chamán llamado INO MOXO a su discípulo….

“Es una historia larga, ya te dije. Si te contara todo, nada me creerías. Nunca se puede creer todo, nunca se puede escuchar todo…

-Yo estoy dispuesto a oírlo Maestro Ino Moxo, para eso he venido…

-¿ Podrías ? No, creo que no podrías…

Sólo para darte un ejemplo, mira la selva. Si te pones a escuchar todo lo que suena en la selva, ¿qué escuchas… ?

No solamente suenan tantos y tantos animales que has visto, que no has visto, que nadie verá jamás. No solamente el grito de los monos escuchas. No solamente suenan animales de tierra, sino también animales de agua y animales del aire. Y eso que ya no es posible oír el canto de los peces que antes alegraban las aguas del Pangoa, del Tambo y del Ucayali, seres musicales que presintieron la llegada del gran otorongo negro y huyeron días antes y se salvaron, aunque ahora no sepan cantar más. Y si cantan todavía, lo harán seguramente sin sonido, con notas que nuestros oídos no acostumbran escuchar; calladdos cantarán, en otra jerarquía…

Y suenan también las plantas, los vegetales de piedra o de madera. Todas y Todas suenan y suenan, lo mismo que las piedras…

Y más que nada suenan los pasos de los animales en los que uno ha sido antes que humano. Los pasos de las piedras y los vegetales y las cosas que cada humano ha sido. Y también lo que uno ha escuchado antes, todo eso suena en la noche de la selva.

Dentro de uno mismo suena, en los recuerdos lo que uno ha escuchado a lo largo de la vida, bailes y pífanos y promesas y mentiras y miedos y confesiones y alaridos de guerra y gemidos de amor. Voces de agonizantes que uno ha sido o que uno ha escuchado solamente. Historias ciertas, historias de mañana. Porque todo lo que uno va a escuchar, todo eso suena anticipado, en medio de la noche de la selva, en la selva que suena en medio de la noche.

La memoria es más, es mucho más, ¿lo sabes ? La memoria verídica conserva también lo que está por venir y hasta lo que nunca llegará, eso también conserva, imagínate. Nada más imagínate. ¿ Quién va a poder oírlo todo, dime tú ?

¿ Quién va a poder oírlo todo, de una vez y creerlo?…”

Calvo, C. (1981). Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía (p. 210). Proceso Editores.

 

VIVI POSINCOVICH
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