ALEJANDRINA CAPPADORO

En ocasión de su muestra «ORQUESTA» (ver nota), charlamos con Alejandrina Cappadoro :

AC: Todo el mundo se preocupó mucho por esta exposición y me ayudaron muchísimo.
El aporte de Otero, de los muchachos que colaboraron y, sobre todo, de la galería fue fundamental. La invitación surgió de ellos, y sin su apoyo, no hubiera podido participar.
Estuve un mes trabajando acá, embalando todo. Fue muchísimo trabajo.
¡Y el trabajo de Néstor Otero! Yo siempre digo que no se puede hacer una muestra sin un curador. Hay piezas que uno nunca llega a ver, aunque estén en el taller. Pero depende de dónde y cómo las ubiques, y con qué las combines, para que realmente resalten.
Néstor fue el curador, y Alicia y Marcelo escribieron el texto de sala.
Pasamos mucho tiempo analizando cada pieza y por eso la muestra se llamó «Antología»; fue Alicia quien propuso ese nombre, ya que una «antología» elige lo más destacado sin importar el tiempo, mientras que una «retrospectiva» sigue un recorrido histórico de la obra.
RC: ¿Y lo de la orquesta?
AC: Sí, la idea de la orquesta la decidimos con esta muestra. Al principio decía: «Yo no tengo nada que ver con la música». Pero me di cuenta de que siempre creí que la sociedad debería funcionar como una orquesta. Si todos fuéramos una orquesta, todo saldría mucho mejor y con menos problemas.
RC: No solo en la cerámica, en la vida en general, ¿no?
AC: Exacto. Me entusiasma mucho ese concepto de orquesta, más que el de coro. Porque aunque parecen similares, no lo son. En el coro hay diferentes voces, pero en la orquesta hay instrumentos de viento, de metal, de madera… cada uno con su sonido propio. Y sin embargo, bajo una dirección armónica, todo se convierte en una melodía saludable.
RC: Me gusta esa idea. ¿Cuántos años tenés ahora? ¿Seguís trabajando? ¿Tenés alumnos en tu taller?
AC: Tengo 70 años y sigo trabajando, aunque con pocos alumnos. Me gusta el contacto con la gente. Ahora estoy trabajando con personas con proyectos, que quieran preparar algo para exponer. Siento que la cerámica está en un momento parecido al que viví cuando empecé, en la época de la importación china. En aquel entonces, había talleres por todos lados, pero después, con la llegada de la cerámica china, se frenó todo en Argentina.
Hoy en día, en San Nicolás hay una cantidad impresionante de talleres de cerámica, todos trabajando bien. Pero yo quiero hacer algo diferente: trabajar con proyectos, contar historias a través de las piezas. No quiero dedicarme a la producción en serie. Prefiero otro enfoque.
RC: O sea, no es para principiantes ni para entretenimiento.
AC: Exacto. Porque detrás de cada taller de dos o tres horas, hay mucho trabajo invisible: preparar el horno, acomodar las piezas, llevar las cuentas… Si el grupo es pequeño, se puede trabajar mejor. A mí me gusta trabajar en conjunto, no me gusta estar sola en el taller.
RC: ¿En qué sentido «en conjunto»? ¿Con otros ceramistas?
AC: Te doy un ejemplo: trabajo con Walter, que viene a aprender cerámica, pero es metalúrgico y tiene su propio taller. Entonces, si necesito montar una pieza grande con estructura metálica, le pregunto: «Walter, ¿cómo puedo sostener estas piernas de un metro en hierro?». Y así fui incorporando el metal a mis obras. Me encanta cómo la cerámica y el hierro pueden complementarse.
También me gusta incentivar a la gente. Siempre busco alumnos con ganas de aprender y de salir adelante. Y además, cuando trabajo con piezas grandes, necesito ayuda.
RC: ¿Cómo fueron tus comienzos con Vilma Villaverde?
AC: Lo que hago hoy lo aprendí así. Empecé con Vilma como ayudante. Me entregué con pasión y aprendí todo lo que pude. Pero también hice el esfuerzo de formarme con otros maestros. En mi biografía aparece Leo Tavella y, por supuesto, Vilma.
RC: ¿No estudiaste en una escuela formal de cerámica?
AC: No, yo era asistente social. Empecé con Vilma gracias a Nélida Álvarez, que vivía en San Nicolás y era su alumna en Buenos Aires. Nélida se instaló acá con su marido, un ingeniero alemán, y comenzó a dar clases. Yo tomé clases con ella y nos hicimos amigas.
Durante las vacaciones, ella viajaba a Buenos Aires a estudiar con Vilma y me invitaba a acompañarla. Así conocí a Vilma y tomé sus clases de verano para alumnos del interior. Más tarde, también estudié con Buxi Presas en La Plata.
Con el tiempo, Vilma me propuso ser su asistente. Y ahí tomé una decisión: dejé el trabajo social y me dediqué por completo a la cerámica.
RC: ¡Y nunca paraste!
AC: No. Y siempre estaré agradecida con Vilma porque me abrió las puertas de Buenos Aires y confió en mí. Llegar desde San Nicolás no era fácil, aunque estemos a solo 300 kilómetros. Con ella viajé a dar cursos a Brasil, y todo eso fue una experiencia increíble. Más que enseñarme cerámica, Vilma y Leo me enseñaron una forma de vida. Compartíamos todo: fórmulas, conocimientos, experiencias… como en Japón, donde los saberes se transmiten de familia en familia, sin secretos.
Además, tuve la suerte de viajar casi todos los años, entre 2007 y 2018, para participar en simposios y cursos en el exterior. Nunca imaginé que podría hacerlo. Vengo de una familia sencilla, sin posibilidades de viajar en aquella época. Y, sin embargo, con esfuerzo, lo logré.
RC: ¿Creaste una escuela de cerámica en San Nicolás?
AC: Sí. En esa época, había un salón de artes plásticas anual, pero queríamos algo más estable. Así que fundamos una escuela de cerámica. Con el tiempo, se transformó en una escuela de arte más amplia, con música, artes visuales, fotografía y diseño gráfico. Fue un gran avance para San Nicolás, que era una ciudad netamente industrial.

RC: ¿Diste clases en esa escuela?
AC: Sí, me jubilé allí. Querían que asumiera como directora, pero dije que de ninguna manera; yo quería seguir con mi taller, viajar y estar en contacto directo con los alumnos. Nos tocó atravesar la crisis del 2001, una época difícil. En San Nicolás, muchos jóvenes solían irse a estudiar a Rosario, pero en ese momento la situación económica no se lo permitía. Como resultado, la Escuela de Arte creció enormemente y llegamos a tener 200 alumnos. Más adelante, junto a Jaly Vázquez, impulsamos la Bienal de los Mosaicos. Contar con una escuela ya establecida y en funcionamiento nos facilitó el acceso a muchas personas y permitió que el evento tuviera un impacto aún más cultural.
RC: retomando sobre la muestra…¿Van a llevar todas las obras a la escuela de Bulnes? ¿Las van a presentar de una manera diferente, como si fuera un taller?
AC: No sé si será posible, pero lo intentaremos… También queremos llevarlas a la Escuela de Avellaneda, que tiene una movida artística hermosa. Allí trabajamos con Emilio Villafañe, un gran compañero de nuestra generación. Siempre he mostrado mi obra en distintos lugares, y esta nueva oportunidad que surgió con la invitación de la galería me movilizó mucho. Siento que tengo mucho para transmitir a los alumnos. Para mí, amasar la arcilla no significa ser artista, sino apenas «comenzar» a serlo. El contacto con la tierra es de lo más noble que existe… y estoy convencida de que la cerámica «cura».
RC: ¿Seguís viviendo en San Nicolás?
AC: Durante 14 años viajé todas las semanas a Buenos Aires para dar clases en la Cárcova, pero finalmente decidí quedarme en San Nicolás. Podría vivir en cualquier otro lugar, pero elegí este. Como dice el dicho, “cada uno es de la baldosa en la que nació”. Estoy convencida de que, con esfuerzo y pasión, se pueden hacer cosas valiosas desde cualquier parte del mundo; no es necesario estar en el centro de Milán. A mí me apasiona lo que hago. No me imagino dedicándome a otra cosa.

https://alejacappadoro.wixsite.com/alejandrinacappadoro