MULLITORCO/
por Julio Gómez - 12/2011
Hace ya algunos años, no recuerdo cuantos, me visitó un alfarero del Noroeste de nuestro país para
consultarme por un problema, presuntamente técnico, que se había producido en su pueblo y amenazaba
con destruir la economía del lugar. Cuando le hice algunas preguntas trató de esquivar las respuestas y
tuve que advertirle que si no me daba la información necesaria no podría ayudarlo, pareció comprender
la situación y dijo que estaba dispuesto a confiar en mi discreción aunque por la seguridad de su fuente de
trabajo, y la de sus colegas de la zona, me daría solamente parte de la información solicitada. A continuación
me mostró unas fotografías donde se veían algunas piezas, de barro cocido, con curiosos diseños espiralados
y cuando le comenté que nunca antes había visto estas cerámicas me aclaró que las producían solamente para
su exportación y eran muy apreciadas en diferentes países. Entonces volví a preguntarle cual era el problema
que tenían y que lo había traído a consultarme, con bastante resistencia me fue explicando que algo había
cambiado en las condiciones de trabajo que dificultaba, y hasta impedía, la repetición de esos diseños. Las
opiniones de los alfareros de la zona estaban divididas y mientras algunos decían que las arcillas que utilizaban
ya no eran como antes otros le atribuían la culpa a las veleidades del "mullitorco", ahora influenciado por el
cambio climático. En cuanto a la primera opinión le expliqué que las arcillas naturales variaban sus propiedades,
a través del tiempo, en relación al nivel de explotación y/o ubicación de los yacimientos y podría ser la causa
del problema, en cuanto al tema del "mullitorco" no tenía la menor idea de lo que era y no podía dar opinión.
Me explicó que que este último tema era parte de la información que no me podía dar y enseguida me preguntó
cuanto me debía por el asesoramiento, le dije que no le podía cobrar por algo que no había solucionado y
entonces me invitó a almorzar como una forma de retribuirme la atención prestada, acepté y fuimos a una
parrilla vecina. Mientras comíamos me fuí dando cuenta , entre otras cosas, que a este hombre le gustaba
mucho el vino y lo tomaba como si fuera agua, cuando pidió una segunda botella le advertí que yo ya no
tomaba más pero me dijo que el sí. Cuando comenzó con la tercera botella ya estaba más que locuaz y aproveche la ocasión para volver a la carga con el tema del "mullitorco" y esta vez, sin inhibiciones, comenzó
a explicarme. El "mullitorco", ese viento caprichoso, era la herramienta que utilizaban aquellos alfareros para producir esos extraños diseños. La técnica era muy ingeniosa y consistía en colocar las piezas, recién torneadas
y todavía bastante húmedas, sobre unas pesadas tornetas de hierro que tenían, en los bordes, una especie de
aspas. El lugar elegido era un estrecho desfiladero, formado por la proximidad de las laderas de dos cerros
contiguos y al soplar el " mullitorco", que era un viento muy potente, se aceleraba aún más hasta producir el
giro de las tornetas, la fuerza centrífuga generada y el microclima del lugar hacían el resto. Después de esta
reveladora explicación se produjo un prolongado silencio y cuando le dije que era algo tarde y tenía que irme
me dijo que el se quedaría un rato más, hasta consumir el resto del vino, y apoyando la cabeza sobre la mesa
me miró como apenado, con una expresión miserable.
Desde entonces, a tantos años de este episodio, cada vez que vuelvo a pasar por aquella parrilla no puedo evitar
mirar, a través de la vidriera que da a la Av. Juan B. Justo, para ver si aquel alfarero todavía sigue en el lugar.
|