Cuando miramos hacia atrás en la historia, descubrimos que siempre en las sociedades se fue prescindiendo de oficios y en contraparte se fueron construyendo otros nuevos, producto de la mutación algunos y totalmente nuevos otros. Es lógico entenderlo así ya que los oficios son, en parte, la respuesta a determinada demanda. Ya no deben quedar talleres que se especialicen en reparar las ruedas de goma maciza y rayos de madera que usaban los camiones. Una lógica similar lleva a la desaparición de oficios en la contemporaneidad, pero afirmar esto sería un tanto simplista, pues otro axioma en la historia es que nada es lo mismo jamás.
Una de las diferencias hoy día es la rapidez con que algunos oficios dejan de tener vigencia. No dan tiempo al agiornamiento o al reacomodamiento de los trabajadores. Esto sí es nuevo y lo que más sacude. Una sociedad excluyente, voraz y de cambios abruptos y con pocas soluciones al desempleo.
En cambio existen otros oficios que modificándose fueron sobreviviendo en el tiempo. Cierto es que un técnico en reparación de radios cuando estas eran a galena no dominaba el mismo oficio que un técnico hoy día, en el mundo del microprocesador.
Pero lo que nos compete a nosotros, los ceramistas, es pensar en nuestro oficio y hay mucho para meditar.
Existe, a mi ver, un desfasaje cada vez mayor entre la realidad comercial y la cerámica -digamos- del pequeño y mediano taller. Hoy las reglas del mercado son inflexibles en cuanto a calidad, cantidad, tiempos y costos.
No podemos pretender vender “esa cerámica que es como un hijo” (¿?) que nos llevó tres meses de trabajo, y que tuvimos la suerte que “el horno quiso que saliera bien” y la convirtió en una obra casi artística, al precio que todo ello implica, cuando tenemos cerámicas, de excelente calidad, traídas de China y seis veces menos costosas. También es cierto que hay talleres (pequeños y grandes) que producen cerámicas y lograron permanecer en el mercado. ¿Dónde está el problema entonces?
Quizás lo hallemos en un plano conceptual. Si pretendemos hacer cerámica con los tiempos del Renacimiento, con las técnicas y herramientas (mal aprendidas por obsoletas la mayoria) del S. XIX y una estética estereotipada y vacía de contenido vamos inexorablemente al fracaso.
Es evidente que el problema aquí no es la cerámica sino como se la encara, como se la enseña, como se la aprende y por ende, como se la trabaja.
Un problema es pensar la cerámica como algo artesanal, mal entendiendo por artesanal un sinfín de negaciones técnicas, de maquinaria y sobre todo de pensamiento sobre el oficio. El concepto artesanal está asociado a cantidad de producción y no a calidad, por eso cuando comprendemos lo «artesanal» en un marco de oficio, se puede hasta superar algún aspecto de la producción industrial. Un ejemplo es una cerámica decorada por un decorador profesional u otra con calcos. Obviamente no hablo de “chorreados” ni de “efectos”, sino de pincel bien usado.
Es lamentable oír decir ante un defecto, o una desprolijidad “y bueno, es artesanal, está hecho a mano” como justificando la falta de oficio y precisión.
Me llama poderosamente la atención lo fácil que se mezclan conceptos como gestual y desprolijo, por ejemplo. Hoy día la factura de los objetos es de importancia vital para entrar en el mercado, así como los tiempos de entrega y de seriedad profesional.
¿Dónde surgen entonces los problemas? ¿Será que no es culpa del mercado, ni de la cerámica sino de “como se aprende y se hace”, la crisis (innegable) de la cerámica no industrial? ¿Por qué las fábricas no escogen “técnicos” egresados de las escuelas? ¿Tendrá que ver con el mercado, o con la incapacidad de afrontar los problemas de una industria?
Si la cerámica fuera un oficio que se transmite de oficial a aprendiz, en un taller marchando, seria distinto quizás el panorama, pero esto, es solo una hipótesis.