Un encuentro entre barro, fuego y memoria
Del 22 al 25 de junio de 2025, llegamos a la Ciudad Sagrada de Caral para el I Festival Internacional de Cerámica – Caral. No veníamos solo a modelar arcilla: veníamos a escuchar, a recordar, a ofrecernos al fuego. Caral no nos recibió como extraños; nos abrazó como parte de una memoria mayor. Este festival no fue solo un encuentro de ceramistas, fue una comunión de manos, viento, tierra y espíritu.
Semana previa: arte y reflexión en Lima
Antes de que nuestros pasos tocaran Caral, nos encontramos en Lima para iniciar este llamado. En el Centro Cultural de Bellas Artes, se inauguró la exposición Entre barro y fuego, una muestra de más de cuarenta piezas escultóricas que hablaban desde la arcilla con voz de muchas regiones. Eran formas nacidas de historias personales, pero también de la memoria colectiva.
Estas obras, modeladas por artistas que luego viajaríamos a Caral, eran parte de un diálogo silencioso con el territorio, con lo ritual y lo cotidiano, con lo ancestral y lo contemporáneo. La muestra permaneció abierta hasta el 5 de julio, y se convirtió en un espacio de contemplación, de escucha, de espera.
La curaduría de Entre barro y fuego y estuvo a cargo de Rodrigo Eduardo Caro Morales junto a Beatriz del Pilar Franco Córdova como gestora cultural y la directora del Centro Cultural de Bellas Artes Martína Martínez Rodríguez quienes organizaron una propuesta coherente y emotiva que conectaron las piezas de los ceramistas participantes con el espíritu del festival que vendría días después.
Durante esos días, también se llevaron a cabo ponencias, talleres e intercambios entre artistas, investigadores y músicos. Se compartieron saberes sobre instrumentos sonoros prehispánicos, experiencias cerámicas y miradas sobre el vínculo entre arte y territorio. Todo esto nos preparó, no sólo técnicamente, sino espiritualmente, para el encuentro que vendría.
Día 1: Llegada a Caral
El domingo 22 llegamos a la Ciudad Sagrada. El día estuvo gris y frío, el cielo nublado parecía guardar silencio. Nos recibieron el viento y las estructuras milenarias que aún conservan la fuerza de lo sagrado. Coincidentemente, ese día se despedía el solsticio de invierno, fecha significativa dentro de la cosmovisión andina. Entre pirámides y huellas antiguas, nos fuimos ubicando.
Cada espacio de trabajo fue asignado como si nos reencontráramos con algo en nosotros olvidado. Nos organizamos con calma, en silencio a veces reconociendo el entorno, con el valle observando a lo lejos, sintiendo el polvo en los pies, el susurro de lo que había sido y aún es. Comenzábamos a preparar lo que no solo sería un trabajo cerámico, sino una ofrenda.
Día 2: La música como puente entre culturas
El lunes 23 comenzó con un cielo aún gris, pero iniciamos con María Inés Reverdito quien nos guió en un pago a la tierra, un acto de gratitud por permitirnos estar ahí, por abrirnos sus caminos.
Luego, las manos empezaron a modelar el aire. Nicolás Díaz, Rodrigo Qowasi y Walter Najarro nos guiaron en la creación de instrumentos de viento. Trabajamos flautas traversas, ocarinas, silbatos y formas experimentales. Cada soplo de barro llevaba el eco de otras voces, de otras tierras, mientras avanzaba el tiempo, al mediodía el sol se fue abriendo paso y una luz cálida iluminó nuestras manos. Las primeras piezas iban naciendo, nos escuchábamos los unos a los otros, no solo con los oídos, sino con el espíritu y el propósito de lo que estábamos haciendo. Una de las piezas que no podían estar ausentes en representación del lugar fue el Cuchimilco de Chancay que se hizo presente y silbaba como el viento en las pampas hecho por Ato Ruiz Gaspar. Esa pieza entre otras más dieron sonido de lo que fue nuestra sinfonía primera: la de los orígenes.
Por la tarde, recorrimos el Centro Arqueológico de Caral, caminando entre sus senderos milenarios y visitando sus estructuras. Cada paso nos conectaba más con la historia viva del lugar que nos acogía.
Día 3: Mar, música y fuego
El martes 24 amaneció soleado y lleno de energía. Visitamos Áspero, antiguo puerto de la civilización Caral, donde el mar y el viento parecían susurrar historias. Allí sentimos el vaivén de los siglos, el ir y venir de las mareas que también trajeron saberes que finalizaron en la playa La Isla.
De vuelta en Caral, preparamos nuestras piezas: silbatos, ocarinas, instrumentos que ahora cargaban, viento y tiempo. Luego, como comunidad con la guía de Pedro Crispo, construimos el horno a leña. Ladrillo a ladrillo, sin jerarquías, lo levantamos juntos. Era un corazón de arcilla al que alimentaríamos con fuego.
La ceremonia de encendido fue acompañada por las palabras de Rosamar Corcuera, José Luis Yamunaqué, José Pareja y Martína Martínez. El fuego subía a su tiempo, como si despertara memorias enterradas.
Al atardecer mientras el sol descendía, Aureliano Lecca ofreció un concierto íntimo en el anfiteatro natural. Su flauta dialogó con el valle. Y al volver al horno, ya encendido, nos recibía, sentándonos alrededor. Compartiendo historias, silencios, reflexiones y estrellas fugaces. El fuego como en milenios atrás era testigo.
Día 4: El círculo
El miércoles 25 fue un día soleado que trajo consigo la emoción de la revelación. El horno se abrió y ahí estaban nuestras piezas transformadas: instrumentos cocidos, formas sonoras nacidas del barro. Los tocamos con entusiasmo y alegría como quien acaricia un reencuentro.
Nos reunimos en el anfiteatro. Y allí, con los instrumentos que nosotros mismos habíamos creado, formamos un círculo, hicimos música. Música ancestral como puente entre culturas. Una ofrenda a Caral, a lo vivido, al fuego que aún arde.
Ese último momento fue más que una clausura. Fue un agradecimiento por los días compartidos, por la posibilidad de escuchar con las manos, de hablar con el viento.
Conclusión: El barro es resistencia
Así como las shicras —esas bolsas de piedra y barro hechas de tejido vegetal sismorresistentes— sostienen desde hace cinco mil años los cimientos de las pirámides de Caral, este tipo de encuentros sostienen los tejidos invisibles de una sociedad que aún busca encontrarse. Estas actividades artísticas y culturales también sostienen parte de nuestra sociedad. Este festival demostró que Caral no es solo una ciudad antigua, sino un lugar vivo que sigue inspirando.
Caral no es solo un lugar del pasado: es una presencia que respira, que resiste. Frente a las invasiones, frente a la indiferencia, frente a la constante amenaza, el arte aparece como una forma de cuidado. Y quienes modelamos barro, tocamos memoria, o simplemente escuchamos, nos hacemos parte de esa resistencia.
Este festival no solo fue un evento: fue una siembra. Y se espera, como las semillas, se multiplique.
Los ceramistas participantes:
Aureliano Lecca, Artemio Poma, Arturo Claudett, Beatriz Seijas, Cristhonfer Calet Cornejo Valerio, David de la Cruz, Edgard Mérida, Eduardo Segovia, Emilio Villafañe, Ernesto Quispe Leyva, Fiancé Alison Hilarión Quispe, Gabriela Moleres, Gastón Contreras, Grimanesa Neuhaus, Gustavo Salas, Héctor (Pacho) Urrunaga, José Luis Yamunaqué, José Pareja Yañac, Julio Antonio Gutiérrez, Kukuli Velarde, Lala Rebaza, Maria Luisa Milla, Maria del Carmen Castro Bueno, María Inés Reverdito, Maritza Ccencho Falcón, Max Chiroque, Mihaela Sifuentes, Nancy Blas Cueva, Nicolás Simón Díaz, Paolo Gastello Mazzei, Paulina Rucco, Pedro Crispo, Rodrigo Qowasi, Rosamar Corcuera, Roxana Artacho, Sandro Vasalli Capcha Espinoza, Sergio Rosas, Serafín López, Tania Mariel Tomateo, Teresa Carvallo, Úrsula Cogorno, Valentina Roxana Cortez Martel, Valeria Figueroa, Victoriano Ruiz Gaspar.
(Clickeá las imágenes para verlas completas)
(Agradecemos las fotografía de Laura Lucía Bazalar Paredes)