Logia

por Julio Gómez - 04/2009

Un día me llamó y me pidió una entrevista, personal y reservada, acepté y nos encontramos en el bar que está en la esquina de Av. Montes de Oca y Av. Martín García, en el barrio de Barracas. Hablamos de cosas varias y de pronto, bruscamente, me dijo que quería entrar, directamente, a desarrollar el tema por el cual me había convocado, me llamó la atención su ansiedad pero, por supuesto, le dije que sí. Enseguida me explicó que los miembros del comité le habían encomendado ser el vocero de una propuesta que querían hacerme. De inmediato le pregunté qué era el comité, y me dijo que era una especie de comisión directiva de la Gran logia secreta de ceramistas.
Le dije, extrañado, que no conocía la existencia de dicha logia y me comentó que esto era natural pues la logia era secreta. Sonaba lógico pero igual me pareció raro. Después le pregunté qué era lo que querían de mí y me dijo que el comité tenía interés de integrarme a la logia, en carácter de asesor técnico. Me interesó saber cuáles serían mis funciones y me aclaró que, inicialmente, tendría que ir a las reuniones como miembro común y que el comité pediría mi opinión cuando fuera necesario. Comencé a desconfiar y le pedí que me explicara cuál sería mi beneficio en esta situación. Me aclaró que no había ningún interés económico ni tampoco remuneraciones ni honorarios y que los beneficios, que seguramente tendría, los iba a apreciar con el correr del tiempo. También me dijo que hacía yá mucho tiempo que me estaban evaluando y ellos creían que, de aceptar, se produciría un cambio cualitativo importante en el desarrollo de la Gran logia.
Estuve a punto de dar mi consentimiento, empujado por la curiosidad, pero una prudente voz de alerta me indicó que no debía hacerlo. Con la intención de ganar tiempo y demorar mi respuesta intenté averiguar si entre los miembros de la logia había algún conocido mío y me contestó, en forma terminante, que yá no podía darme más información pues el carácter secreto de la logia así lo exigía. Entonces le pedí que esperara algunos días para darle mi respuesta y quedó en llamarme en una semana. Con toda puntualidad, el día y la hora convenidos, recibí su llamado y cuando le dije que no aceptaba la propuesta quiso conocer el motivo y me divirtió mucho poder decirle que mis motivos eran secretos. Sin hacer comentarios, ni siquiera saludar, cortó la comunicación y nunca más supe de él (o de ellos).