Este hecho, del cual fui (y quizás vuelva a ser) protagonista, se basa en un fenómeno psicofísico, muy poco frecuente, que años después de haberme ocurrido me enteré que se denomina transposición temporal. No tengo los conocimientos suficientes para poder explicarlo científicamente pero sí puedo relatar como sucedió: Aquel día estaba en mi taller y me puse a revisar las resistencias de mi veterano horno de pruebas cuando me ocurrió algo muy común en aquellos que tenemos tantas cosas que pensar, olvidé cortar la corriente y recibí una fuerte descarga eléctrica que me dejó aturdido. Tardé un buen rato en reaccionar y cuando pude hacerlo escuché el teléfono, fui a atenderlo, todavía mareado, y una voz femenina, agradablemente ronca, me saludó cordialmente diciendo que era Susana Gutiérrez. La única Susana Gutiérrez que yo recordaba era la hija de un amigo, alumna de segundo año de la escuela de cerámica, que siempre me llamaba para hacerme consultas técnicas y tenía una voz más aguda e infantil. Ante la duda y temiendo quedar mal le pedí me aclarara su identidad y me confirmó, quizás pensando que me fallaba la memoria, que era la misma Susana, ex alumna de la escuela de cerámica, donde se había graduado hacía yá unos años y ahora era presidenta del Centro de arte cerámico. También me dijo que había llamado para convocarme como jurado de un salón de “Cerámica tecno” considerando que yo era un experto en el tema. La escuché totalmente confundido y no sabía qué decirle, de todas maneras le agradecí el llamado y la convocatoria y cuando le pregunté por Ernesto De Carli (1) percibí su sorpresa al informarme que hacía tiempo había renunciado a su cargo de secretario del centro y actualmente, después de volver a la cerámica, se había hecho cargo de la dirección del taller de un prestigioso geriátrico de la zona norte. Me llamó mucho la atención, teniendo en cuenta que había encontrado a Ernesto, días atrás, en una exposición y no me había comentado nada. Ante el giro que había tomado la conversación, y tratando de ganar tiempo hasta recuperarme totalmente, le dije a Susana que pasaría por la sede del Centro para conversar personalmente, dijo que me esperaba y que luego me daría más datos sobre el salón de “Cerámica tecno”.
Esa tarde cuando llegué a la sede de la calle Perú encontré en el lugar un instituto especializado en enfermedades informáticas, mi sorpresa fue doble pues se habían mudado sin avisarme y también porque no conocía esas enfermedades. Entré al instituto y pregunté por el Centro de ceramistas, la recepcionista me informó que los anteriores inquilinos, un comercio de accesorios electrónicos, se habían transladado dos cuadras más abajo. Completamente alterado corrí esas dos cuadras y al llegar al lugar indicado ví varios comercios similares en la misma cuadra, cuando entré a uno tras otro, preguntando a los gritos, me miraron como a un loco y en uno de ellos, con gran desconfianza, me dieron una tarjeta que el Centro de arte cerámico les había dado dejado cuando estaban en la anterior dirección.
Por suerte no habían ido muy lejos y un taxi , de un modelo que nunca había visto antes, me llevó rápidamente. Cuando llegué y ví la gran marquesina y un importante cartel respiré aliviado, esta vez no me había equivocado. Entré, muy excitado, y pregunté por Susana Gutiérrez, la secretaria que me atendió se parecía mucho a otra alumna de la escuela de cerámica y pensé que podía ser su madre, por prudencia no le pregunté. Me hizo pasar a una imponente oficina y una señora muy elegante, con esa voz tan ronca, me dió la bienvenida. No podía creer que fuera Susana Gutiérrez pero después de tantas sorpresas una más ya no me importaba. Susana me comentó que, con excepción de mi memoria, me veía muy bien, como rejuvenecido. Intrigado le pedí que me explicara que era eso de la “cerámica Tecno” y creyó que estaba bromeando pues me recordó que yo había sido el promotor de la idea. Idea que había tenido gran aceptación entre los cada vez más numerosos asociados, hasta el punto de justificar la realización del primer Salón internacional de la especialidad.
A continuación me invitó a ver algunas obras de esa modalidad en la contigua sala de exposiciones y quedé admirado por la evolución que había logrado el arte cerámico en esos días.
Una pieza me llamó especialmente la atención, su parte interior, de color negro matte, parecía no tener fondo y al acercarme para verla mejor sentí un fuerte zumbido que me produjo un intenso mareo y tuve la sensación de caer a través de un túnel.
Ernesto De Carli, sentado enfrente mío, me comentó que esos mareos debían ser por mi baja presión, me invitó con un té, charlamos un rato y me agradeció la visita lamentando que no recordara el motivo de la misma, nos despedimos y me fui. Al salir a la calle pude observar que la sede del centro estaba otra vez tal cual la recordaba anteriormente. Me dirigí hacia mi casa y en el camino, reflexionando sobre lo ocurrido, juré que la próxima vez que mi horno necesitara alguna reparación recurriría a un service experto.
(1)Ernesto De Carli, notable ceramista, fue también durante varios años secretario administrativo del CAAC (Centro argentino de arte cerámico). En el Nº1 de esta publicación (mayo de 1999) fue publicado como protagonista