Un amigo ceramista me consultó, con visible preocupación, acerca de una dolencia denominada arcilloesclerosis o algo parecido, que afectaba principalmente a los artistas ceramistas, produciendo importantes alteraciones funcionales y sobre todo psíquicas. Había notado que los síntomas que le habían descripto coincidían notablemente con los que tenía su madre, veterana ceramista, y buscaba alguna información que le aclarara el panorama. Le prometí averiguar lo que fuera posible y quedé en avisarle. En los días subsiguientes realicé numerosas consultas y no pude averiguar nada importante. Una tarde me telefoneó otro amigo, médico, al que le había requerido información y me comentó que había encontrado, en la biblioteca de la Facultad, un folleto que promocionaba a un sanatorio especializado en tratamientos relativos a enfermedades psicocerámicas. Entre estas enfermedades se mencionaban a la arcilloesclerosis, la ceramicosis y otras que ahora no recuerdo. El sanatorio estaba ubicado en una zona imprecisa del sur de Chile.
Me comuniqué con mi amigo y le informé las novedades. Propuso reunirnos y cuando lo hicimos me comentó que estaba muy interesado en contactarse personalmente con ese sanatorio y me pidió que lo acompañe. Me explicó que su madre estaba cada día algo peor y me dijo que se sentiría más tranquilo si yo iba con él.
Lo vi muy nervioso y no pude negarme. Por otra parte sentía gran curiosidad y quería informarme.
Viajamos en ómnibus, casi treinta horas, y después, ya en territorio chileno, conseguimos que un camión nos acercara a nuestro destino, atravesando zonas de viñedos y frutales con el magnífico fondo de la cordillera.
Prefiero omitir nombres y datos acerca de su ubicación para evitar, en lo posible, algún conflicto geopolítico. Cuando termine mi relato ustedes ya se habrán dado cuenta por qué.
El camionero nos dejó sobre la ruta y tuvimos que caminar varios kilómetros hasta el pueblo. Ya casi anochecía y logramos ubicarnos en el único motel que había.
Cuando preguntamos por el sanatorio el dueño del motel nos informó que tendríamos que caminar un par de kilómetros, subiendo hacia los cerros, y también nos dijo que si éramos periodistas estábamos perdiendo el tiempo. Después ya no quiso hablar del tema y notamos que se ponía muy nervioso. No insistimos.
Al otro día desayunamos temprano y emprendimos el recorrido. Al llegar a un promontorio y tras unos pinares divisamos el sanatorio. Nos fuimos acercando y al hacerlo pudimos ver un puesto, con guardias, en el camino de acceso. Nos detuvieron y nos preguntaron que buscábamos. Les explicamos nuestro interés de informarnos y luego nos pidieron todos nuestros datos. Nos dijeron que tendríamos que volver al otro día, pues iban a verificar nuestros antecedentes, y nos advirtieron que si éramos periodistas lo mejor sería regresar.
Volvimos al pueblo y sin nada para hacer nos dedicamos a charlar con los vecinos para obtener alguna información. Fue inútil. La mayor parte de ellos dijeron no saber nada del sanatorio y algunos, en particular, parecían asustados.
Dejamos transcurrir el resto del día vagando por los alrededores y nos fuimos a dormir temprano.
Al otro día volvimos al sanatorio. Los guardias nos dijeron que estaba todo bien y que a primera hora de la tarde podríamos ver al director. Volvimos a la hora indicada y uno de los guardias nos acompañó hasta la entrada principal. Volvieron a tomar nuestros datos y tuvimos que esperar un poco más de media hora en una pequeña salita.
De pronto apareció un enfermero y pidió que lo sigamos. Atravesamos varios corredores y al final de uno de ellos vimos un gran ventanal, con vidrios extremadamente gruesos, y en lo que parecía un taller de cerámica pudimos observar alrededor de veinte personas, hombres y mujeres, modelando piezas de grandes dimensiones. Nos detuvimos un instante, para ver mejor, y el enfermero, muy nervioso, nos instó a seguir explicando que ese pasillo era de circulación restringida y nos pidió, como un favor especial, que no mencionemos a los becarios, pues si el director se enteraba, podía ser duramente sancionado.
Me llamó la atención la calidad estética de las piezas en ejecución y mi amigo me comentó después que los artistas parecían autómatas, como dopados.
Finalmente nos recibió el director. Mi amigo le explicó el motivo de nuestra visita y los problemas de su madre. Ahora el hombre pareció más distendido y se disculpó por las demoras, comentando que lo hacían de esa manera para evitar a los periodistas. Luego nos explicó que su sanatorio era el único, en el mundo, especializado en enfermedades psicocerámicas. Agregó que casi todos sus antepasados habían sido artistas ceramistas y que la mayor parte de ellos fueron víctimas de la arcilloesclerosis. El había jurado desentrañar el misterio de esta dolencia y esa era su misión de vida. Al decirlo percibimos cierto fanatismo en su mirada.
Le pedí detalles más técnicos y nos enteramos que por un mecanismo fisiológico, todavía no muy bien conocido, las partículas arcillosas que eran absorbidas por el cuerpo humano se iban acumulando alrededor del cerebro y se iban gresificando mediante un proceso denominado biocerámico. Para lograr el mismo grado de gresificación, en un horno, había que alcanzar temperaturas muy elevadas. Luego el cerebro quedaba aislado por esa finísima capa de gres y finalmente los afectados entraban en estado de “ceramisata”, permaneciendo así por el resto de sus vidas. Pero lo que más llamaba la atención de los investigadores era el hecho que esta enfermedad se daba solamente en los artistas ceramistas. Otra clase de ceramistas, industriales o artesanos, parecían ser inmunes lo cual hacía más evidente la relación, directa, entre la sensibilidad artística y la enfermedad.
Mi amigo, recordando a los becarios que mencionó el enfermero, le dijo al director que sabía que el sanatorio otorgaba becas y que le gustaría saber como eran las condiciones para acceder a ellas.
El director pareció sobresaltarse pero se recompuso enseguida explicando que las becas se otorgaban por expresa recomendación de algunos benefactores que ayudaban económicamente a la institución. Los becarios firmaban un convenio con el director y se comprometían, durante dos años como mínimo, a trabajar en calidad de internados en los talleres cerámicos. Daban su consentimiento para ser sometidos a estudios intensivos y recibían a cambio, capacitación técnico artística de primer nivel, alojamiento, comida y todo tipo de materiales que necesitaran para su trabajo.
También nos dijo, que imprevistamente, se habían producidos dos vacantes y que si teníamos interés en ellas, se lo hiciéramos saber lo antes posible. Mi amigo le dijo que le gustaba mucho la idea y yo le aclaré que por mi parte no tenía interés. El director me aconsejó que reconsiderara mi negativa y su voz me pareció amenazante. Le dimos las gracias por su atención y nos fuimos.
Mi amigo parecía fascinado con la propuesta y ya ni recordaba los problemas de su madre. Me costó hacerlo reaccionar y convencerlo que detrás de todo esto había algo muy raro.
Volvimos al motel y en el trayecto tuve un mal presentimiento, Cuando llegamos pedí la cuenta, explicando que seguíamos viaje. El dueño del motel nos dijo que a esa hora no íbamos a conseguir con qué viajar y le mentimos diciéndole que el camionero, que nos había traído, nos pasaría a buscar.
Salimos del motel y nos encaminamos en dirección a la ruta. Nos detuvimos a un poco más de cincuenta metros y nos ubicamos tras unos arbustos, dispuestos a esperar la mañana para poder irnos más tranquilos.
Alrededor de una hora más tarde llegó una camioneta, paró frente al motel y vimos a los guardias del sanatorio que bajaron gritando. Nos buscaban y al no encontrarnos, golpearon salvajemente al dueño del motel. Luego salieron y fueron en dirección a la ruta, pasando muy cerca nuestro. Un par de horas después, regresaron y siguieron en dirección al sanatorio.
Esa noche pasamos mucho frío y al amanecer caminamos hasta la ruta. Conseguimos que un camión nos llevara hasta el destacamento policial de la región. Pedimos hablar con el jefe y le explicamos la situación. Quisimos presentar una denuncia formal y el jefe, hombre de modales calmos, nos aconsejó no hacerlo y nos confió que el director del sanatorio estaba bien relacionado con militares muy cercanos al general Pinochet y que todo lo que dijéramos en su contra no iba a ser tenido en cuenta y que si insistíamos podía haber represalias. Entendimos perfectamente.
Con toda amabilidad nos ofreció un coche policial para acercarnos a donde quisiéramos. Desconfiamos y no aceptamos. Le dimos las gracias y nos fuimos.
Finalmente pudimos regresar a nuestro país.
Pasaron algunos meses y un día me encontré con mi amigo. Le pregunté por su madre y me comentó que estaba en el mejor de los mundos, el de la “ceramisata” y que él había hallado consuelo reflexionando sobre lo poco confiable de las opciones terapéuticas.
Pasaron bastantes años desde que ocurrieron estos hechos y todavía hoy no tengo la certeza que estas enfermedades existan realmente. Sin embargo, al observar las actitudes de algunos artistas ceramistas, me da la sensación que sí.
Me agradaría contactarme con algún especialista en el tema e intercambiar información y hago todo esto motivado por el temor de llegar a viejo sin saber si yo también ya estoy afectado.
Arcilloesclerosis
por Julio Gómez - 05/1999