En mayo de 1999, en ocasión de salir el Nº 1 de Cerámica – Periódico Artístico y Técnico, fue publicado un relato titulado «Arcilloesclerosis». Dicho relato tuvo bastante repercusión y todavía hoy es a veces comentado. En el Nº 11 (marzo de 2002) también publicamos una comunicación de Mr. Holten, director responsable del «Crazy Clay Institute» de Londres, Inglaterra, donde nos refutaba buena parte de la información original sobre este tema, aportando pruebas y explicaciones que aclaraban algunos aspectos pero otros no.
Ahora, en los últimos meses, reaparece el tema por intermedio de un ceramista que quiere aportar lo suyo. Cuando tuvimos la primera entrevista me explicó que su vocación de juventud era la medicina cuya carrera había cursado, durante un par de años, teniendo finalmente que abandonar los estudios por razones económicas. Luego de eso se integró al taller de producción cerámica, propiedad de su padre, donde durante varios años fue aprendiendo el oficio.
En algún momento del año 1999 les llegó un ejemplar del Nº 1 de «Cerámica» y ahí leyeron lo de la «arcilloesclerosis». A la mayor parte del personal les causó gracia el tema, y lo consideraron una ficción. La excepción fue el más veterano de los decoradores, hombre creativo que también colaboraba en el desarrollo de diseños nuevos. Este hombre comentó que su padre, de quien había heredado el oficio, había sufrido antes de morir gran cantidad y variedad de trastornos psíquicos similares a los descriptos en la «arcilloesclerosis». También explicó que lo que más le había impactado era que su padre habiendo sido siempre un hombre alegre, de un día para otro, dejara de reír y luego, años más tarde, desarrollara los otros síntomas. Mi entrevistado tenía gran respeto y estima por el veterano decorador y este relato le impresionó fuertemente y a partir de ello tomó una decisión. Después del retiro de su padre del taller él se había hecho cargo de la dirección del mismo y en esa época los negocios marchaban bastante bien. Pensó que era un buen momento para retomar sus estudios de medicina y considerando que el veterano decorador podía hacerse cargo de la dirección del taller él tendría, de esta manera, tiempo libre que necesitaba para estudiar. Se produjo el cambio y el taller siguió produciendo, quizás mejor que antes. Finalmente pudo completar sus estudios y se dispuso a comenzar su nueva etapa profesional. Lo único que alteraba su aparente calma era esa creciente obsesión por el tema «arcilloesclerosis» que tiempo después me enteré era continuamente alimentada por los comentarios y opiniones del veterano decorador. No está demás comentar que este señor se había autonombrado gerente general de la empresa y ejercía un poder discrecional sobre la misma. Sorprendido quise advertir al flamante doctor sobre esta extraña situación y cuando lo hice me dijo que no le importaba mucho, que su principal interés era investigar a fondo sobre la «arcilloesclerosis» y que las cuestiones de la fábrica eran una molestia para él. Pensando que como resultado de mis publicaciones sobre el tema este hombre estaba ahora en esta inconveniente situación no pude evitar sentir cierta culpa. Pasó un tiempo y aumentaba mi curiosidad, un día me decidí y fui a su fábrica. La encontré muy cambiada, evidentemente habían prosperado y todo se veía más importante.
Me atendió el veterano decorador, ahora único propietario, y me comentó que había comprado la parte de su ex-socio. Me aclaró que seguían en muy buenas relaciones y que ahora el doctor atendía a los empleados de la empresa en los nuevos consultorios que habían sido construidos donde antes estaba el viejo secadero. En la puerta de uno de ellos se leía el nombre del doctor y abajo su especialidad: Enfermedades Psicocerámicas. Me ofreció que pasara a saludarlo pero me excusé diciendo que quizás otro día, que en ese momento estaba muy apurado. Cuando me fui lo hice con la convicción de que nunca volvería.