Diseño

por Julio Gómez - 05/2004

Hace ya unos años me llamó una ceramista, ex alumna mía, para proponerme una entrevista con una amiga suya, importante coleccionista de obras cerámicas. El motivo de esta entrevista era consultarme sobre una cerámica que había traído de un reciente viaje a Oriente.
A partir de esto me comuniqué con esta señora para combinar día y hora y cuando lo hicimos me pidió que no deje de ir pues estaba segura que me interesaría mucho, no me quiso dar más información y opinó que yo tenía que ver esa obra para poder apreciarla y también, si esto era posible, tratar de entenderla.
Finalmente fui a su casa y estuvimos charlando largo rato, me relató con lujo de detalles el largo viaje que había hecho por Oriente y me dijo, complacida, que había conseguido interesantes cerámicas para su ya extensa colección. Luego me explicó que, en Nepal, había encontrado una pieza cerámica que nunca había imaginado y que la fascinó de inmediato. Su propietario, un comerciante de antigüedades, no la quería vender a ningún precio y esa negativa le produjo una desesperación incontrolable. Le comentó esta situación a su agente de viajes y éste le dijo que conocía gente que la podría robar para ella. Al principio se resistió a esta idea pero finalmente la aceptó como la única posibilidad de poseer esa obra. Ese robo y el posterior envío de la pieza a Buenos Aires le costó una fortuna aunque estaba convencida de que valió la pena. A continuación me aclaró que necesitaba mi ayuda para tratar de descifrar algunos detalles técnicos y me confesó que su intención era producir algunas réplicas.
Me pareció un poco exagerada y le pedí que me mostrara dicha cerámica para poder darle mi opinión. Antes de hacerlo me hizo prometer que guardaría el secreto y me confió que la posesión de esta cerámica le había trastornado la vida y que ahora estaba llena de miedos y también de odios. Hasta ese momento había logrado intrigarme pero ahora ya me estaba irritando y con cierta brusquedad le dije que no tenía mucho tiempo para perder. Me miró, como asustada, y dijo que por culpa de esta pieza todo el mundo se ponía mal y me pidió que no la pusiera más nerviosa de lo que ya estaba. De inmediato pensé que la mujer estaba loca y pareció darse cuenta pues me dijo que todavía no, aunque creía que le podía ocurrir en cualquier momento. Antes de decir algo más me tomó de un brazo y me condujo hasta una sala que estaba a oscuras, me pidió que me prepare y encendió la luz. En el medio de la habitación, sobre una mesa grande y baja estaba la famosa pieza, extraña, tal vez diseñada por un demente. Su interior estaba esmaltado en un negro matte, profundo e inquietante, que incitaba a acercarse y al hacerlo producía vértigo y lo más notable era que parecía no tener parte exterior, razoné que la debía tener pero si la tenía no se la veía.
Estuve largo rato mirándola desde todos los ángulos posibles y cada vez la entendía menos. La mujer, parada cerca de la puerta, me observaba con inquietud. De pronto le dije que se había hecho muy tarde y quería irme. Me pidió, por favor, que antes de hacerlo intercambiara opiniones con otros expertos que ya la habían visto y antes que pudiera negarme me guió a otra habitación, cerrada con doble llave, adonde había varias personas sentadas en unos viejos sillones. Al vernos se levantaron como resortes y caminaron alrededor nuestro sin mirarnos a la cara, extrañado le pregunté a la mujer que les pasaba y me dijo que todavía estaban perplejos. Ya muy preocupado me dirigí velozmente a la puerta de calle y me fui sin saludar.
En el viaje de regreso tuve la sensación de que las caras de los otros expertos me eran familiares.