LIBREPENSADOR

por Julio Gómez - Septiembre/2013

En cierta oportunidad conocí a un ceramista con el cual conversamos de los temas más diversos, de pronto me comentó que tenía un proyecto que podía ubicar al Arte cerámico en los lugares más relevantes del Arte contemporáneo internacional (sic), luego agregó que si lo ayudaba en este proyecto le iba a facilitar mucho su tarea, cuando le pregunté de que manera podía ayudarlo me explicó que pensaba crear una «Asociación de ceramistas librepensadores» y lo que le resultaba más difícil era poder seleccionarlos tratando de no equivocarse y que dado mi conocimiento de la mayor parte de los artistas ceramistas le sería de gran utilidad contar con mi opinión, enseguida me dí cuenta que sobreestimaba mi conocimiento de los artistas ceramistas y para aclarar el panorama quise saber que representaba, para él, la condición de «librepensador» y de que manera se podía hacer una evaluación, más o menos objetiva, en relación a su proyecto, pareció sorprendido por mi pregunta y a su vez quiso saber si yo tenía bien claro el concepto de «librepensador», ahora era él quien me preguntaba y le expliqué que mi opinión era menos importante que la suya por ser el promotor de la idea,no pareció muy convencido pero intentó esbozar, con muchas dificultades, alguna respuesta al interrogante que nos habíamos planteado con referencia al concepto de «librepensador», lo primero que me dijo que, para él, un «librepensador» era aquella persona que podía conducir sus ideas libre de condicionamientos de todo tipo, entonces quise saber que tipo de condicionamientos podían crearle esas dificultades y me dijo que todos los que se me ocurrieran, le comenté que se me ocurrían muy pocos y quizás él podría ampliar mi conocimiento sobre este tema, en este punto ya lo notaba algo fastidioso y aproveché para insistir con mis dudas,le dije que creía que un «librepensador puro» no era posible y que en algún punto encontraría prejuicios que dificultarían su libertad de pensamiento y que en el caso de los ceramistas esto se vería agravado por la gran cantidad de esas variables tecnológicas, estéticas, conceptuales, de las que estaban rodeados, en ese momento lo ví como desencajado y pensé que era la ocasión de preguntarle si él, como ceramista, se consideraba un «librepensador», el color de su rostro pasó del verdoso vacilante al rojo fuego, me miró como si me odiara y se fue sin saludar, en ese momento tuve la certeza que este hombre no era, de ninguna manera, un «librepensador» y que su proyecto era uno más de esos delirantes que fuí conociendo durante mi ya extensa actuación en la cerámica.