La muestra “CONSPICUA CERÁMICA” inauguró el 31 de octubre de 2025 en Aristóbulo del Valle 573, Ciudad de Mendoza, y reúne una selección de obras de más de 30 artistas, que dan cuenta del crecimiento y la diversidad de la cerámica contemporánea local. La exposición presenta trabajos que abordan problemáticas actuales —identidad, territorio, comunidad, tecnología y contexto social— a partir de la materialidad del barro y sus múltiples técnicas.
Lejos de una mirada tradicional, la muestra destaca el cruce disciplinar y el carácter procesual de muchas de las propuestas, donde la cerámica aparece como un medio capaz de articular experiencias individuales y colectivas. Con obras que van del modelado al mural, del registro audiovisual a la instalación, “CONSPICUA CERÁMICA” ofrece un panorama amplio de las búsquedas y preocupaciones de artistas emergentes y consolidados. Podrá visitarse hasta el 29 de noviembre de 2025.
TEXTO DE SALA:
«La cerámica artística local emerge hoy con una vitalidad renovada, trascendiendo la histórica dicotomía entre arte y artesanía que la confinaba al terreno de lo útil o lo decorativo, para situarse en el epicentro del debate estético y social contemporáneo. Esta eclosión de nuevos artistas se caracteriza por una profunda sensibilidad hacia los dilemas de nuestra época, encontrando en la plasticidad del barro un vehículo maleable y potente para anclar temas contextuales.
En los cuerpos cerámicos, en tanto formas significantes, es posible leer los problemas que atraviesan nuestra experiencia social contemporánea y que preocupan a lxs artistxs emergentes. La cerámica se vuelve documento material de modos de hacer y de sentir locales, visibilizando aquello que es común a la comunidad: Arte y sociedad, temas como identidad y diferencia, diversidad e integración, paisaje y naturaleza, diásporas y la visión sesgada y limitada de la tecnocracia .
Un fenómeno distintivo de esta ola de artistxs emergentes es la irrupción de formas de socialización a través del arte cerámico y trabajos colectivos donde se desdibuja el ego individual del artista y toma carácter la idea dialogada. Estaríamos hablando, entonces, de obras en las cuales predomina la noción de proceso. El taller, el barrio y la escuela se transforman en espacios de encuentro, aprendizaje horizontal y producción comunitaria -nuestros pueblos prehispánicos recurrieron y conservan este tipo de trabajo colectivo con beneficios comunales-. Estos emprendimientos planteados en territorio genera las condiciones para crear algo nuevo y diferente de lo que existe aquí y ahora. ¿Podemos empezar a vivir de otra manera, abandonando las viejas formas de existencia y convivencia para asumir unas distintas? ¿Puede lo viejo tener un corazón nuevo? ¿Son nuestras maneras de sentir y pensar susceptibles de una mutación integral?
En este contexto, la cerámica deviene soporte de las nuevas ritualidades. Frente a la desmaterialización de la vida digital, el objeto de barro —tangible y permanente— se carga de un valor cuasi sagrado. Lxs artistxs elaboran piezas que funcionan como altares personales, amuletos contemporáneos o recipientes de memorias y duelos colectivos, reactivando la función ancestral de la vasija como contenedor simbólico de lo esencial. Estos objetos, en su manufactura consciente y lenta, invocan una pausa: un rito personal en la vorágine de lo inmediato.
A su vez, este resurgir se enmarca en la paradoja de la identidad globalizada. Si bien la técnica y el material remiten a lo telúrico y lo local, el acceso a la información, las redes sociales y la apertura a la experimentación han disuelto las fronteras estilísticas y genéricas. La cerámica contemporánea rompe los límites disciplinarios, dialogando fluidamente con la instalación, la escultura, el videoarte, la gráfica y la performance. La pieza cerámica deja de ser un objeto autoconcluido para integrarse en montajes expandidos, donde su materialidad interactúa con la luz, el sonido y el espacio. Esta permeabilidad de lenguajes no solo enriquece la sintaxis formal, sino que permite que el mensaje social, ritual y político de las obras se amplifique, dotando al barro, ese material ancestral, de una voz ineludiblemente contemporánea.
Coincidimos en la afirmación que plantea Gerardo Mosquera sobre el potencial del arte para crear capas de conciencia y de sentido que transforman nuestra mentalidad y nuestros criterios.
Frente al avance de la racionalidad instrumental, que reduce a los sujetos y a la naturaleza a objetos calculables, susceptibles de control y manipulación técnica, lxs artistxs exploran nuevas formas de vida inspiradas en culturas desaparecidas o reprimidas por el imperialismo occidental. Estas búsquedas se ligan a una sensibilidad ecológica, comunitaria y de género que, al activarse en las prácticas artísticas contemporáneas, convierte al arte en una fuente viva de disensión radical e innovación cultural.»
Florencia Zalazar y Sergio Rosas
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