Oskar Cabaña: la forma que modela la idea

Oskar Cabaña nació en San Nicolás, aunque durante su juventud vivió en Mar del Plata y Buenos Aires antes de regresar a su ciudad natal. Estudió Comunicación, una carrera que le gustaba pero que nunca terminó de convencerlo como profesión. Su vínculo con la cerámica llegó tiempo después, casi de casualidad. En una feria de Mataderos compró unas piezas cerámicas negras que lo impactaron: pequeñas figuras de animalitos, mulitas dadas vuelta, ceniceros. Esa fascinación lo llevó a preguntarse cómo se hacían, y la búsqueda lo condujo al taller de Alejandrina Cappadoro.

En 2016 comenzó a estudiar con ella y, apenas dos meses después, ya trabajaba como su asistente. Pronto decidió iniciar el profesorado en Artes Visuales y Cerámica en la Escuela de Arte de San Nicolás, donde estudió dos años. Paralelamente, se formó junto a Vilma Villaverde. El aprendizaje fue intenso: largas jornadas de hasta doce horas en talleres y clases, conviviendo con maestras y compañeros.

El paso de la Comunicación a la cerámica no significó un corte, sino un cambio de lenguaje. Buscaba una forma de expresión, y en el barro encontró la posibilidad de decir desde la forma y la materia. En un ejercicio en el taller de Cappadoro, surgió una propuesta distinta sobre el cacharro tradicional. De allí nacieron Los pacientes, figuras sentadas en el aire que se transformaron en obra inaugural. La primera, Forma 1, realizada en placas y con hilos de cobre, mostraba dos formas juntas, femenino y masculino, aunque sin distinción marcada.

Esa serie fue el inicio de su camino como escultor. Cabaña parte siempre de un concepto que va buscando materializar en arcilla. Los pacientes reflejaban, según él, a las personas moldeadas por el sistema y la rutina. La inspiración vino de sus viajes diarios en colectivo: filas de cuerpos sentados, repetidos, iguales, que dispararon la idea de “formas sentadas”.

En contraposición surgió más tarde Inconscientes primitivos, una serie vinculada a la creación inicial, aquello que nace sin nombre ni definición: lo humano, lo animal o lo artístico en estado puro. Cabaña la asoció también al inicio mismo de la cerámica: el primer cacharro, el rollito de barro que se levanta para formar un contenedor. La tensión entre lo condicionado y lo naciente fue el eje de su primera muestra, La forma que modela la idea.

La exposición se realizó con curaduría de Guillermina Mongán, quien propuso poner en diálogo pacientes e inconscientes y convocó a otros ceramistas a sumar su mirada escrita. El montaje se organizó por color y forma, y tuvo como núcleo una pieza que reunía las dos imágenes: la figura sentada y el contenedor primitivo.

En lo técnico, Oskar trabaja preferentemente con la técnica de placas. En principio las formas surgían de bloques de arcilla, más tarde comprendió que con las placas podía planificar y definir sus proyectos a partir de bocetos y maquetas. Sabe dibujar y medir, lo que le permite organizar proporciones y moldes. El proceso requiere un punto justo: cuando la placa ya está firme, pero no seca, para poder plegar y unir sin deformaciones. Aun así, admite que siempre existe la posibilidad de una costura que se abra o una pieza que se deforme. Luego, refuerza las esculturas con estructuras internas de hierro y poliuretano expandido.

También experimenta con las pastas. Si bien suele trabajar con la pasta de Chilavert, a veces incorpora chamote para dar mayor resistencia o dejar visible su textura. Juega con marcas de espátula, rayas y huellas que quedan como parte del lenguaje de la obra. En cuanto al color, prefiere la sobriedad: uno o dos tonos, priorizando siempre la fuerza de la forma y lo geométrico. “Me gusta jugar con los planos, con un lenguaje plástico simple”, afirma.

Después de la pandemia abrió su propio taller en la Escuela de Artes Visuales y luego alquiló un espacio propio en San Nicolás. Desde hace tres años trabaja además en Laboratorio Creativo, un lugar compartido con varios talleres de cerámica. Mantiene, al mismo tiempo, su vínculo con Cappadoro, a cuyo taller sigue asistiendo semanalmente como colaborador.

Hoy vive de la cerámica, aunque reconoce que no es un camino sencillo. Durante mucho tiempo se sostuvo con ferias, que le permitieron financiar sus estudios y su práctica. Actualmente divide su tiempo entre talleres, clases y obra, con la intención de crecer y ampliar horizontes. “El objetivo es seguir produciendo, pero también poner la obra en circulación, vender, participar en concursos, salones y bienales, hacer residencias y conocer otros espacios”, proyecta.

Su mensaje, dice, está ligado a la necesidad de una mirada interior. “Si no hay una conexión con uno mismo, es difícil mirar verdaderamente el mundo. Cada día tenemos la posibilidad de crearnos, de decidir cómo queremos habitarlo. Pero muchas veces arrancamos la jornada condicionados por estímulos externos que nos desconectan de lo propio. Mi trabajo intenta traducir esa posibilidad de detenerse, observarse y estar presente”.

Agradecemos a Oskar Cabaña por compartir su recorrido y su mirada, en la que la cerámica aparece como un ejercicio de creación y de conciencia cotidiana.

OSKAR CABAÑA @osk_ceramica

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