Durante el mes de julio, la muestra colectiva PQÑ reunió los trabajos de más de treinta artistas cuya producción ha sido atravesada, en distintos momentos, por el llamado “pequeño formato”. Cada una invocó su propia escala, sus materiales, su lenguaje. En cajas, libros, utensilios, postales, miniaturas y fotografías, las piezas activaron memorias personales y compartidas, y ofrecieron una experiencia íntima y concentrada, alejada del imperativo del gran formato. Lejos de lo insignificante, lo pequeño se reveló como espacio posible, capaz de producir sentidos y nuevas formas de habitar el arte.
La muestra se inauguró el 11 de julio de 2025 y se exhibió hasta el 26 de julio en Estación Guerrero, en la ciudad de Buenos Aires. Además, incluyó una acción solidaria invitando al público a colaborar con Fundación Sí mediante la donación de alimentos no perecederos.
Artistas Participantes:
Silvina Apfelbaum · María Belén Alonso · Jorge Bangueses · Betina Balmaceda · Vicky Biagiola · Susy Bredt · Jimena Cabello · Laura Carrascal · Debora Daich · Rosario de Zuviría · Josefina Eyheremendy · Silvio Fischbein · Nora García · Cecilia García Lanús · Mónica Goldstein · Mariana Guerrero · Vali Guidalevich · Estela Halpert · Laura Leavy · Liliana Maghenzani · Dolores Mallea · Laura Massoni · Alejandra Marinangeli · Isabel Mozzoni · Hencer Molina · Julio Mroue · Mercedes Palermo · Virginia Pérez · Mercedes Ruidíaz · Valeria Cecilia Santiago · Adriana Schmied · Alicia Valdivia · Fernanda Vidal · Consuelo Zori
Curadoras: María Belén Alonso y Estela Halpert
Texto de sala, por Alicia Romero y Marcelo Giménez:
«PQÑ reúne los trabajos de un conjunto de artistas que en su trayecto creativo han sido instigados una o más veces por lo que el lenguaje técnico denomina “pequeño formato”. Ninguno de los objetos ni las imágenes de esta muestra ha sido hecho para la ocasión. Y esto porque cada realización invoca su propio formato. Aquí, estampas, postales y fotografías, libros, cajas y embalajes, miniaturas, utensilios y enseres convocan en nosotros recuerdos —vívidos, aletargados— que fraguan en una necesaria e inalienable memoria común. Esta propuesta grupal es interesante en tiempos que confunden la valoración estética positiva con el imperativo del gran formato. En su orientación ética, el pequeño formato habita lo posible, lo diverso, en fin, lo democrático.
El formato configura una presencia, establece sus límites, recorta su finitud.
Los formatos en artes, sus tamaños, lineamientos, dimensiones, son la expresión de consensos estético-culturales. Según los mundos y sus seres, las épocas y cartografías, las edades y sus ritos, las expectativas e imposiciones sociales, las jerarquías y subordinaciones del gusto, el formato presume distintos sentidos.
En artes visuales el formato cerca la imagen en un espacio propio y compone sus elementos, proporciones y orientaciones, ateniéndose al lugar creado. Luego, cultiva materias y materiales, presiona los oficios, regula las técnicas, dispone los medios, subraya las destrezas. Define lazos a través de su agencia, delinea distancias y ritmos de expectación, reclama un amplio espectro de sensibilidades. Cuando se trata del Pequeño Formato suele activarse una mirada cercana y detallada, íntima y demorada, que al transitar las obras descubre intensos placeres perceptivos y emotivos.
Un títere, un juguete, una maqueta piden su captación en proximidad; ante ellos suele asomarse una sonrisa, las más de las veces amable y en ocasiones displicente ante la incomprensión de su relevancia. En su primera acepción, el diccionario parece orientarse a esta condición como una carencia: de pequeño se califica por lo común el objeto de poco tamaño o de extensión inferior a la de otros de su misma clase; también se cualifica así aquello de menor intensidad o escasa importancia, de influencia mínima o de exiguos recursos… La causa: común a todas las lenguas romances, pequeño proviene de la raíz indoeuropea *pōu, de la cual también deriva poco.
No obstante, lo pequeño no siempre se inviste de la insignificancia a la que apunta lo poco: con diversas variantes, desde el griego antiguo y el persa hasta el euskara, el catalán y nuestro castellano, lo pequeño es dimensión habitual de algo deseable por precioso: el perfume y el oro, licores y confituras, especias y ungüentos… A su vez, el aprecio por lo próximo, por lo cotidiano, parece alentar un deslizamiento hacia esa condición sensible que Marcel Duchamp imaginó infraleve. Quienes, como Calímaco de Cirene, argumentan que un escrito extenso es un gran mal, aman incondicionalmente la precisión y la elegancia del breve haiku que, para Roland Barthes, es siempre una glorificación de lo tenue.
Describir algo como pequeño supone, de modo implícito, una dimensión estándar de la cual lo referido se aleja. Claude Lévi-Strauss ha partido desde esta acepción de lo pequeño en tanto atributo de un formato hacia su comprensión como aquello que nos ofrece el tipo mismo de la obra de arte. Para este tránsito se ha valido de lo que, en el lenguaje del bricoleur, se conoce como «modelo reducido». Y se pregunta: si todo modelo reducido tiene una vocación estética, ¿de dónde saca esta virtud constante, si no de sus dimensiones mismas? Y porque siempre renuncian a determinadas dimensiones de escala o de propiedades —volumen, colores, olores, contactos, temporalidades—, sea cual fuere su tamaño efectivo, la inmensa mayoría de las obras de arte son también modelos reducidos capaces de producir emociones y pensamientos. En tanto dan a ver algo que siempre las supera en cuanto tema, interrogante, simbolismo, etc., ellas permiten alcanzar lo cada vez
inconmensurable. El modelo reducido, por aprensible, permite esa ilusión de totalidad en donde abreva todo placer estético. Al dar figura a lo que, por su magnitud, excede a nuestra capacidad imaginaria, las obras de arte hacen de lo pequeño un ardid del orden de la metáfora. PQÑ, una polifonía de materialidades, miradas, palabras y voces, puede abordarse, en principio, como modelo reducido de convivencia en el arte.»
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