Natalia Granieri y el impulso de salir de la guarida

Recolector (serie Guaridas)

En el marco de los dos reconocimientos obtenidos recientemente por la artista Natalia Granieri —Segundo Premio en el XXXVIII Salón de Nuevos Artistas de las Artes del Fuego (2024) y Primer Premio Adquisición de la Municipalidad de Santa María de Punilla en el XXXIV Salón Internacional de Pequeño Formato (2025), ambos otorgados por el Centro Argentino de Arte Cerámico (CAAC)—, Revista Cerámica se reunió con ella para conversar sobre su recorrido, sus búsquedas y el presente de su obra.

RC: ¡Felicitaciones por los premios! Me gustaría empezar por tus comienzos: ¿cómo empezó tu relación con la cerámica?

NG: Mientras estudiaba el profesorado, quería aprender sobre producción seriada. Había una fábrica, algo alejada de mi barrio, que producía cerámica blanca comercial —tazas y objetos utilitarios—. Me permitieron asistir para observar y aprender el oficio en silencio. Ese acercamiento me dio mucha experiencia en la producción y el trabajo seriado. Al principio no hacía nada, pero luego empecé a contabilizar los tiempos para dar vuelta las coladas, observaba la apertura del horno, cómo lo reparaban cuando se rompía, y los descartes que salían con pequeñas fallas. Me pedían revisar cuáles podían volver a hornearse. Además, me ofrecían un rectángulo de placa de 20 por 15 cm donde podía colocar alguna prueba o pieza propia en el horno.

RC: ¿Cuántos años tenías en ese momento?

NG: Tenía 19 o 20 años. Mientras cursaba el segundo año del profesorado. En la fábrica, aprendí sobre la reproducción y la organización, aunque todavía no sabía adónde me llevaría la cerámica. Sí tenía claro que quería dedicarme a ella. Empecé haciendo botones para abrigos, que usaba para probar esmaltes, engobes y texturas. Un día, el jefe de la fábrica me señaló que llevaba varios días pintando botones y que, si le dedicaba tanto tiempo a algo que no me daba un retorno, estaba perdiendo energía. Tenía razón desde su mirada comercial, así que empecé a venderlos. Con lo que ganaba compraba herramientas y materiales para seguir practicando.
Todo empezó con los botones. Luego hice prendedores y hebillas. Lo cuento a mis alumnos para recordarles que no hace falta tener todo resuelto para empezar. Esa experiencia en la fábrica me permitió ver la cerámica desde un lugar más práctico: mientras en el profesorado se aprendía lo artístico, allí conocí los procesos de producción, el manejo del horno y la organización del trabajo. Me dio una comprensión más amplia del oficio.

RC: Y después de esa etapa, ¿cómo seguiste? ¿llegaste a recibirte?

NG: Me recibí convencida de que la cerámica era mi camino. Busqué formarme con docentes de escuelas especializadas y así conocí a Franca Ramos, discípula de Graciela Olio, con quien aprendí técnicas gráficas. Cuando dominé lo básico, volví a la fábrica para mostrar mis avances.
Ya recibida, dejé de trabajar allí todos los días, aunque a veces iba de ayudante y aprovechaba para producir mis piezas. Incluso mi primera exposición fue posible gracias a la colaboración de la fábrica, que me ayudó con moldes y vaciados.
Luego continué formándome: estudié técnicas gráficas con Franca Ramos, modelado con Leandro Niro y alta temperatura con Emilio Villafañe, quien al verme trabajar comentó que tenía la impronta de la fábrica. Más adelante, me especialicé en alfarería antigua en España.

RC: ¿Por qué decidiste irte a estudiar a España?

NG: En Buenos Aires hay muchas escuelas de cerámica que forman a muchos profesionales, pero a mí me interesaba especialmente el trabajo en el torno. Investigando descubrí que en España hay escuelas de tercera generación, con cursos quincenales, mensuales o semestrales, donde podés elegir el área en la que querés formarte.
Esa experiencia me ayudó a perfeccionar técnicas complejas de torno que todavía me faltaban y a crecer en mi trabajo. Además, el intercambio con personas de otros países me permitió conocer distintas formas de cultura de aprendizaje.

RC: ¿Qué rescatás de haber conocido a todos estos maestros?

NG: Creo que cada maestro tiene algo para enseñarte, cada uno desde su visión. Yo admiraba a Leandro Niro por su trabajo escultórico y quería mostrarle lo que hacía para que me guiara. Aunque uno tenga experiencia, siempre es valioso recibir otra mirada, estar abierto a seguir aprendiendo y actualizarse. Esto me mantiene la mente abierta y me hace seguir queriendo buscar nuevas consignas y metas. De cada profesor aprendí algo distinto y trato de combinar esas enseñanzas.
Con Alejandra Jones, por ejemplo, la conocí en el BADA donde quedé seleccionada con unas cuevas de oso de una serie llamada Guaridas, ya tenía una idea de obra y un diseño, pero ella me sugirió que los osos tuvieran otra escala, que salieran de la guarida, a la intemperie, para generar otro efecto.
Mis obras actuales abarcan distintos formatos. En Nuevos Artistas presenté un oso de pequeño formato, 15 x 15 cm, mientras que otro medía casi 25 x 25 cm. Como son de gres, al ensamblarlos y hornearlos, la pieza se reduce un poco.

RC: ¿Por qué el oso? ¿Qué te llevó a trabajar con esa figura?

NG: Está por un lado todo lo seriado de la fábrica, y por otro, la obra artística. Me pude despegar de ahí, salir de lo seriado.
Mi primer muñeco de apego fue un oso que me regaló mi mamá cuando era chica. Mi papá me había dicho que era grande como yo, y hace unos años, lo corroboré mirando un álbum de fotos. En esa foto tenía dos o tres años.
Entonces el oso representa un poco eso: los juegos de la infancia, lo lúdico, el intercambio del juego en la niñez.

En mis obras, ese oso fue creciendo de tamaño y enfrentando nuevos desafíos: está a la intemperie, ya no en la guarida. Por eso hay piezas donde el oso tiene un muñeco roto o conejos colgados, como reflejo de lo que vive, de su instinto de cazar.
El oso, que puede parecer tierno, también encierra ambigüedad. En una de mis piezas aparece dentro de una palangana con hielos, con una expresión de incomodidad, interpelando al espectador sobre su entorno. Me interesa que mis obras se recorran en 360°, que cambie la mirada según la posición, y que siempre haya algo que se puede sacar o mover, para jugar con esa parte del objeto.
Ese oso de la niñez se volvió más humano y real, como parte de mi propia transición. En estas piezas aplico las técnicas gráficas que aprendí, modelando todo a mano, sin moldes, y trabajando con pastas de alta temperatura para jugar con los tonos. Además, me interesa salir de la serie.

RC: ¿Vos hacés tus pastas y también tus esmaltes?

NG: Sí, ese proceso también implica salir de los mares seguros. Cuando fabricaba las cuevas en el torno, en el taller de Villafañe, lo que hacía era armar la cueva y después le hacía un pequeño agujerito para ver por dónde pasaba la luz. Con una linterna jugaba a buscar esos espacios vacíos, y cuando pinchaba y salía el aire de toda esa contención que había adentro de la pieza ciega, ponía la linterna, calaba, y decía: “acá va a estar el oso, acá va a pasar tal cosa”. Era como imaginar lo que hacía el oso cuando estaba invernando, en ese tiempo seguro pero muerto dentro de la caverna. Porque dentro de la cueva es un espacio que pertenece a un tiempo que no es real: la vida sucede afuera, pero mientras el oso hiberna, es otro tiempo.

RC: ¿y cómo empezaste a participar en los salones?

NG: Antes no solía participar en exposiciones; me costaba salir de mi lugar seguro, aunque deseaba que mi obra pudiera ser vista y generar intercambio. En el taller de Alejandra trabajé durante meses en mi primer oso, cuidando cada línea y expresión. Cuando lo terminé, ella me animó a mostrarlo. Yo aún no había cerrado la serie, pero envié las imágenes al Salón de los Nuevos Artistas casi sin expectativas y, para mi sorpresa, gané el segundo premio.
Esa obra mostraba a un oso que juega con alas de cartón, un objeto inanimado, frágil frente a su propio peso, evocando el deseo de volar pese a lo imposible. Alejandra me recordó entonces que también se decía que los aviones no volarían. Las alas, aunque parecen de cartón, también son de cerámica, y sobre ellas trabajé con distintas técnicas gráficas.

Segundo Premio en el XXXVIII Salón de Nuevos Artistas de las Artes del Fuego (2024)

 

RC: ¿Cómo aparece o qué lugar tiene el cartón en tu trabajo?

NG: En mi trabajo, tanto en la marca de objetos utilitarios como en las obras, busco reciclar y reutilizar materiales: los uso para embalar, recuperar pasta o esmaltes. Trato que todo el proceso sea amigable con el medio ambiente. Siempre me atrajo copiar objetos de la vida diaria —como un tubo de dentífrico o un tomate— para entrenar la observación directa y jugar con lo real. El cartón y el chapadur siempre me gustaron por eso, por el desafío de hacerlos parecer reales.
Cuando decidí ponerle alas al oso, supe que debían parecer de cartón. Usé un molde del interior de un cajón de bananas y trabajé la cerámica muy fina, con tintas y sellos de “frágil”, para reforzar esa ilusión. En la muestra, muchos creyeron que no era cerámica y quisieron tocarla, algo que me porque despertó curiosidad y sorpresa.

RC: ¿Por qué creés que tus obras fueron elegidas? ¿Qué pensás que hizo que ganaran las dos?

Primer Premio Adquisición de la Municipalidad de Santa María de Punilla en el XXXIV Salón Internacional de Pequeño Formato (2025)

 

 

NG: Cuando gané el segundo premio, el jurado destacó que mi obra lograba transmitir el espíritu lúdico que buscaba: ese juego que conecta con la niñez y despierta curiosidad, como al ver las alas de “cartón” recuerde cuando construía casitas o naves con ese material.
Con la obra que obtuvo el primer premio en el Salón de Pequeño Formato representé un teatro de títeres, inspirado en los que hacía de chica con mis hermanos. El jurado señaló que la pieza transmitía claramente lo lúdico e invitaba a entrar en la escena, a ser parte del juego, salir del papel de oso y de repente podés ser vos jugando.

 

RC: ¿Qué tamaño tiene la obra del teatro de títeres?

NG: El formato pequeño de 15×15 influye en la obra, aunque sé que toda elección del jurado tiene un componente subjetivo, ligado a la mirada y recorrido de cada uno. Para mí, estos reconocimientos son un estímulo para seguir creando, porque hacer obra requiere tiempo, paciencia y continuidad.
La serie del avión continúa en desarrollo: ahora trabajo en una pareja de osos que se tiran bombuchas de carnaval, retomando el juego y la tensión que siempre busco en mis piezas.

RC: ¿creés que ese oso con alas, con esa tensión entre querer volar y no poder, podría tener alguna relación con vos?

NG: Sí, todo se refleja en mí. Esta nueva serie, con osos de distinto tamaño, habla de salir de la guarida, del lugar seguro, y enfrentarse a lo que viene del exterior, a lo inesperado, a “volar”. Es un proceso de movilización y apertura.
A veces uno está inmerso y no escucha nada, y otras veces aparecen comentarios como “parece real” o “qué suerte”, pero yo creo en la suerte que te encuentra trabajando, como dice el dicho de Picasso que tengo anotado en mi aula: “La suerte existe, pero tiene que encontrarte trabajando”.
Para mí, estar en movimiento es fundamental; si uno se queda fijo en una sola cosa, la idea se agota. Nunca se sabe lo que puede surgir.

RC: ¿Y en ese proceso de búsqueda de tus maestros, surgió la idea de fundar tu propia escuela?

NG: Sí, cuando volví de estudiar alfarería en Barcelona, en Merlo ya tenía un centro cultural que había fundado en 2012, con distintos talleres de artes y oficios, donde un grupo de profesores y socios daba clases para la comunidad. Pensé que, así como yo había aprendido el oficio, otros también podían acercarse al torno desde un espacio accesible, que brindara herramientas reales. Así nació la escuela de alfarería, con una formación completa: los alumnos aprenden el oficio, la parte química, a formular pastas y esmaltes, para poder crear de forma independiente.
Yo no armé el espacio como un taller, sino como una escuela de formación. El objetivo era acercar la cerámica a más personas y ofrecer herramientas para emprender, trabajar como ayudante o en fábricas. Algunos alumnos incluso forman sus propios emprendimientos dentro del espacio. Además, dentro de la escuela, también se enseñan distintos oficios.

RC: ¿A esa edad, ¿cómo surgió la idea de crear un centro cultural y fundar una escuela?

NG: En Merlo casi no había espacios culturales y, hace unos años, la movida se concentraba en Capital. Sentía que algo así también debía existir en el Oeste, y con la ayuda de mi hermano conseguimos un primer lugar. El interés del barrio fue tan grande que pronto quedó chico, y nos mudamos a un espacio más amplio, con aulas para cada disciplina.

RC:¿Tus hermanos te ayudaron a llevar adelante este proyecto?

NG: Sí, mis hermanos me ayudaron. La escuela integra el centro cultural, que en 2018 recibió un reconocimiento municipal. Siempre buscamos ofrecer jornadas de quema y nuevas actividades para que los egresados sigan vinculados, porque en este oficio siempre hay algo más por aprender.

RC: ¿Siempre trabajaste y viviste de la cerámica, o también tuviste otros trabajos?

NG: Desde que terminé el profesorado di clases de arte en escuelas hasta 2019, cuando pedí una licencia para estudiar alfarería en Barcelona. Allí notaron mi experiencia, sobre todo en alfarería y química aplicada. Al volver decidí no retomar las escuelas, pese a haber trabajado más de diez años, y enfoqué mi camino en la cerámica, aunque aún no vivía de ella.
Durante la pandemia, con el centro cultural cerrado, empecé a dar clases y mostrar mis procesos en vivo por Instagram, lo que impulsó mi marca y atrajo nuevos alumnos a la escuela. Desde entonces puedo vivir de la cerámica, combinando mi línea de utilitarios con la escuela. Paralelamente sigo desarrollando la serie de osos,  que me gustaría mostrar en conjunto para que se vean las conexiones y tensiones entre ellos.

RC: ¿De qué manera influyó tu infancia en tu obra?

NG: Como hermana mayor, solía inventar juegos para compartir con mis hermanos, y esa costumbre de crear y jugar se refleja en mi obra y en cómo busco que el espectador se conecte con ella. Una vez, alguien me escribió diciendo que una de mis piezas le recordó su infancia, y eso me emocionó, porque muestra que la obra puede despertar recuerdos y generar vínculo.
Más que ganar premios, me importa que mi trabajo llegue a la gente y provoque algo. La infancia tiene mucha influencia en mi obra: fue una etapa feliz, con padres que me dieron libertad para explorar mis intereses. Mi mamá era docente y mi papá, constructor; me alentaron a aprender, usar herramientas y participar en talleres. Todo lo que tengo para trabajar en cerámica lo construí de a poco, con esfuerzo y dedicación.

RC: ¿Cuándo se podrá ver tu muestra personal?

NG: Tengo tres osos que quiero terminar para poder mostrarlos y me gustaría que formen parte de una obra conjunta. A fin de año, con el taller de Alejandra, vamos a hacer una muestra donde expondré dos de ellos, pero mi idea es pensar en un nombre nuevo para estos osos que ya salieron de sus guaridas.

RC: Tuviste muchas ideas y demostraste mucha iniciativa desde el principio.

NG: Sí, es cierto, pero son aspectos intangibles que a veces no se mencionan. Arrancar algo requiere planificación: no se trata solo de tener el horno o el torno, sino de definir un plan y metas. Claro que también hace falta apoyo. Hubo momentos difíciles, como la pandemia, en los que pensé que todo podía salir mal, pero al final todo funcionó muy bien.

 

Le agradecemos a Natalia Granieri que, al igual que los osos de su obra, salió de su guarida y nos permitió asomarnos a su mundo: su recorrido, sus procesos y sus experiencias, que sin duda inspirará y motivará a muchos otros a explorar, crear y animarse a mostrar su propio arte.

Natalia Granieri @NATALIA.GRANIERI
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