Radicada en las sierras de Córdoba desde hace más de dos décadas, Victoria Morando es ceramista, docente y exploradora de saberes ancestrales vinculados al trabajo con la tierra. Arquitecta de formación, encontró en el oficio cerámico no solo un lenguaje expresivo sino también una forma de vida coherente con su búsqueda interior.
En esta entrevista, Victoria comparte su recorrido vital y creativo: desde sus primeros talleres en Capilla del Monte, el trabajo colectivo con mujeres en San Marcos Sierras y su compromiso con las culturas originarias, hasta la creación de piezas únicas que son reflejo de una cosmovisión donde la materia, el tiempo y el espíritu se entrelazan.
RC: Comencemos hablando de tu niñez. ¿Qué recuerdos sentís que te marcaron de esos primeros años?
VM: Nací en Buenos Aires en 1969. En el 1977, mi padre se exilia a una isla de Brasil, muy cerca del estado de San Pablo. Era una isla que conservaba su antiguo carácter de aldea de pescadores, y donde la naturaleza era más poderosa que todo: una gran montaña en el mar. A partir de entonces viví entre Buenos Aires y la isla, una dinámica que mantuve por más de 20 años.
Tener esa relación con la naturaleza fue determinante en mi sensibilidad y en mi forma de percibir la vida. Me vinculé con el entorno natural, con el mar, con la montaña y también con el arte ya que desde pequeña conviví con artistas que vivían o frecuentaba la isla.
RC: ¿Cómo llega la cerámica a tu vida?
VM: Más tarde estudié arquitectura. Si bien fue un mandato familiar, lo disfruté mucho y hoy siento que me sirve para lo que hago. Hice el camino largo hacia la cerámica.
La cerámica era un sueño para mí. De pequeña observaba mucho a una ceramista de la isla. En mis recuerdos se mezclan la naturaleza y esa mujer, cuyo trabajo me gustaba tanto. Mi recorrido fue más largo para llegar a mi verdadera tarea, a algo que tuviera que ver con mi alma. Al principio me recibí de arquitecta y trabajé un tiempo.
A los 29 años, ya siendo madre de mi primer hijo, empecé a sentir que el crecimiento de ese niño estaba profundamente ligado a mis propios sueños. Yo había soñado con criarlo en la naturaleza, descalzo, jugando con la tierra… pero estábamos en la ciudad.
En el 2000 dejé la arquitectura y entré a un taller de cerámica.
En el 2002 me vine a vivir a la provincia de Córdoba.
Armé mi taller y seguí mi trabajando la arcilla, explorando… porque desde el principio lo que me guio fue eso: la exploración. Para mí todo nace del encuentro con la tierra, de la conexión, de la búsqueda, del diálogo. Y en ese sentido, agradezco quizás no haber tenido una formación académica en cerámica.
Llegué a Córdoba con una decisión muy clara: cuando pisara esta tierra, iba a dedicarme exclusivamente a la cerámica.
RC: ¿Cuál fue tu primer destino en Córdoba al tomar la decisión de iniciar este camino ceramista?
VM: Llegué a Capilla del Monte, armé mi taller y empecé a trabajar. En ese momento conocí a Chachi Díaz y luego a su maestro Carlos Moreyra. Chachi venía trabajando técnicas antiguas, estudiando culturas prehispánicas y recreando piezas. Empezamos a trabajar juntos y a dar talleres; eso fue el punto de partida.
En ese tiempo comencé a trabajar de otra forma y a aprender de mis propias manos, siempre en procesos de observación y registro.
Yo no buscaba una escuela de cerámica ni un maestro, y en cierta forma acá tampoco podía acceder a eso, porque vivía en un pueblo sin escuelas ni maestros. Tuve que caminar sola, y eso fue muy verdadero: estar frente a frente con el barro, convivir con la montaña y fluir desde ese encuentro.
RC: ¿Vos elegís investigar o explorar todo lo referente a la cultura argentina antigua en cuanto a la cerámica?
VM: Eso también fue una elección. Podría haber hecho otro tipo de cerámica, pero en el fondo creo que la vida consiste en descifrar el verdadero propósito. Muchas decisiones surgieron de un lugar intuitivo. A los 30 años vivía con soltura, iba siguiendo mi deseo espontáneamente, aunque desde el principio empecé a buscar libros, a estudiar, a investigar.
Luego me mudé a San Marcos Sierras, un lugar de monte virgen, naturaleza pura, un lugar donde hay vestigios de asentamientos antiguos. Allí empecé a formar grupos, mayormente de mujeres, con quienes compartimos procesos colectivos desde la raíz: salíamos a recolectar la arcilla, la preparábamos juntas, amasábamos grandes cantidades de pasta. Era un trabajo que requería compromiso y conexión. Vivíamos el ciclo completo, en su verdadero tiempo. Eran mujeres del pueblo, muy vinculadas a la tierra, sin miedo a ensuciarse, a meter las manos y los pies. Amasábamos dos veces por año. En el taller trabajábamos sentadas en círculo en el suelo o alrededor de una mesa, compartiendo procesos y aprendizajes. Las horneadas eran jornadas de encuentro y celebración: se acercaban personas con música, comida, ganas de compartir.
Ese tiempo representó para mí una gran vivencia de los ciclos de la Tierra, del Oficio y el transitar los elementos: tierra, agua, aire, fuego… desde lo colectivo.
De esos grupos surgieron personas que hoy siguen el oficio y que abrieron sus propios talleres. Con el tiempo comprendí que mi rol es también el de transmitir estas técnicas, un conocimiento que me fue dado. Aunque hay mucho de mí en lo que hago, sé que estoy al servicio de algo más grande. Cuando empecé, en el 2002, eran pocos los que enseñaban estas técnicas en Argentina. Hoy en día esto cambió porque gracias a la fuerza del oficio, son varias las personas que trabajan de esta forma.
Yo siento que no somos nosotros los que decidimos, sino que hay una fuerza mayor que es la que actúa.
Ahora es el tiempo en que las antiguas enseñanzas están volviendo.
RC: ¿Siempre trabajaste con arcillas que vos misma recolectaste y preparaste?
VM: Apenas llegué a Córdoba, empecé a comprar arcilla a un hombre que la juntaba y elaboraba. Aquí hay varios lugares donde encontrás arcillas, pero no todas son buenas para hacer una vasija, no todas tienen las propiedades necesarias.
Luego conocí dos lugares donde recolectar. El río de Villa de Soto y Copacabana, un pueblo ubicado por detrás del cerro Uritorco, donde la tierra roja abarca una gran superficie.
Es un pueblo de tradición cestera, que ha preservado su tradición. Allí comencé a recolectar la arcilla hasta hoy.
Conocí mujeres ancianas vinculadas al saber antiguo. Escuchándolas fui comprendiendo acerca de mi búsqueda y de las formas de establecer una relación recíproca con la Tierra pidiendo siempre que “se abra el Saber”.
Vivir cada paso del proceso en conciencia y presencia retornando a su carácter sagrado.
Saber cómo recolectar, saber ofrendar, saber cuál es la medida justa para tomar de la Tierra.
RC: Este principio de la medida justa es el mismo que deberíamos aplicar al alimento, a las plantas y a todo lo que utilizamos: tomar sólo lo necesario, sin dañar ni derrochar, como parte de una misma filosofía de vida….
VM: Yo lo siento verdaderamente así; lo camino de esta forma y por eso también lo tengo que contar con esta comprensión. Esa es la impronta de mis talleres: lo que se transmite, en todo el proceso, desde el comienzo.
RC: Das un tono muy espiritual a todo tu hacer y a tu vida.
VM: Yo siento que el camino se va revelando, hay que saber ver las señales. Cuando era chica decía “voy a ser ceramista en la montaña».
Cuando llego a vivir a Córdoba me encuentro con las sierras, la arcilla, comienzo a explorar, conozco ceramistas, maestros que me marcan el rumbo. En San Marcos, me encuentro a mí misma y comienzo a vivir en esa coherencia.
Ahora vivo en Los Cocos, cerca de Capilla del Monte, un pueblo muy pequeño a 1.200 metros sobre el nivel del mar, sobre la ladera de la sierra.
RC: Cuando llegaste a Los Cocos ¿de qué manera continuó tu vínculo con la cerámica?
VM: Llegar a Los Cocos abre un tiempo nuevo: un estadío de maduración y por lo tanto de encontrar la síntesis de lo que había vivido hasta ahora.
Desde el principio tuve una búsqueda intensa con relación a las culturas antiguas, especialmente del noroeste argentino. Eso lo pude profundizar colaborando en tareas de conservación en la reserva arqueológica del Museo Ambato en La Falda junto a Patricia Alonso. Allí hay una gran colección del NOA.
Fue un momento clave: tuve la posibilidad de trabajar con las piezas en la intimidad, verlas de cerca, tocar con cuidado su historia. A veces se veía el rastro del dedo de quien la modeló. Fue importante para mí vincularme desde un lugar sensible para recibir otro tipo de información.
Pero también empezaba a conectarme más con la cerámica antigua de mi territorio.
El haber recorrido a pie algunos lugares que contienen una fuerte memoria, podríamos llamarlos sitios arqueológicos ocultos en la naturaleza de las sierras.
Encontrar cuevas, pictografías, morteros, tiestos de cerámica, elementos de piedra, estaba frente a elementos que empezaban a ampliar mi percepción.
Todo esto empezaba a ofrecerme una nueva inspiración para crear y compromiso a la vez.
Ahí comenzó a abrirse lo que hoy forma parte esencial de mi trabajo: vincularme con la ”memoria de mi territorio”.
Acá en Córdoba —y en Argentina en general— hay poco trabajo de investigación, y lamentablemente mucho saqueo inconsciente. A veces en los pueblos, en los ranchos, alguien hace un pozo y encuentra algo que luego guarda en su casa, sin saber que podría formar parte de un museo. Gente sencilla, que no dimensiona el valor cultural de lo hallado.
RC: y continúas con la enseñanza…
VM: Claro, desde hace 20 años estoy dedicada a realizar encuentros intensivos, que hoy llamo “retiros”, porque la palabra ya propone que vas a estar en conexión, que vas a dirigir atención y tu energía con cierta presencia.
Los talleres y la creación de obra son mi tarea actual.
En un tiempo donde el sistema dirige hacia una vida de inmediatez, yo sigo proponiendo procesos lentos, profundos y verdaderos, con la secuencia que debe tener una formación. Siempre aclaro que la cerámica es un oficio ancestral y que puede llevarte toda la vida.
En cierta forma, lo que transmito es mi propia forma de vivir el oficio.
RC: ¿Siempre lograste sostenerte económicamente con la cerámica desde que comenzaste?
VM: Desde que llegué a Córdoba en 2002, vivo de la cerámica. Es mi real fuente de ingresos. Propongo talleres y vendo mi obra.
Desde el principio realizo lo que llamo “piezas únicas”. Nunca hice producción en serie, porque este camino y estas técnicas responden a una cosmovisión de lo sagrado y no de la cantidad.
En el presente estoy exponiendo más, buscando una mayor calidad. Ver mi obra expuesta me ayuda a comprender mi lenguaje, lo que me define y me da identidad; me ofrece un espacio de encuentro con los otros para lo que se gestó y creó en un ritmo íntimo y propio pueda expresar su mayor potencia. Como una semilla que brota.
Mi obra es la síntesis de mi propia historia de vida y búsqueda. Pasado y futuro manifestándose en un cuerpo de barro.
DATOS DE CONTACTO
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