El barro no solo se moldea con las manos, también con la memoria. Y cuando se cuece al fuego, no solo se transforma la arcilla: también algo en nosotros cambia. Eso fue el Tinkuy Caral, el Primer Encuentro Internacional de Ceramistas(VER NOTA), celebrado a unos pasos de la Ciudad Sagrada de Caral —la civilización más antigua de América— donde ceramistas de Argentina, Uruguay, México, Brasil, España, Portugal, Chile, Bolivia, Colombia y diversas regiones del Perú como Ayacucho, Nazca, Pucallpa, Piura, Puno, así como ceramistas de Supe, San Nicolás y Caleta Vidal (pertenecientes a la provincia de Barranca, enraizados culturalmente con Caral), compartimos más que técnicas: compartimos alma.
Día 1: El llamado
El encuentro inició con una ceremonia profundamente simbólica. El sonido del pututo —la caracola ceremonial— anunció el comienzo de algo más grande que nosotros mismos. El pago a la tierra nos recordó que todo empieza ahí, donde hundimos las manos. Luego, como una gran familia, nos dirigimos en pasacalle por la avenida principal: ceramistas, danzantes, banderas y pancartas, todos envueltos en folclore y celebración, haciéndole saber al pueblo que el barro se había reunido.
Ese primer día fue también de encuentro interno. Algunos empezamos a modelar nuestras piezas lentamente, mientras nos presentábamos y cruzábamos miradas. En un espacio donde todos éramos maestros ceramistas, lo que brilló fue el espíritu abierto, la curiosidad y el deseo sincero de compartir saberes.
Día 2: La celebración del hacer
Mientras algunos ya avanzaban firmemente con sus piezas, otros nos sumergíamos en los talleres ofrecidos por colegas del encuentro. Se celebraba el Día del Artesano, y alrededor nuestro se instalaron puestos de artesanos locales mostrando su bello trabajo. El evento fue posible gracias al compromiso de Moisés Paucar y el constante apoyo del Ministerio Regional de Lima, siempre aliado de la difusión del arte en todas sus formas.
Fue un día lleno de aprendizaje y contemplación, donde la tierra secaba lentamente el barro, pero el fuego del encuentro apenas comenzaba.
Día 3: Fuego sagrado
El día empezó con una visita a El Áspero, sitio arqueológico pesquero estrechamente relacionado con Caral. Caminar por ese lugar fue como entrar en una cápsula viva del tiempo. De vuelta al espacio de trabajo, el calor del sol y la brisa del mar acompañaron los últimos toques antes de la gran cocción.
Esa noche, en un solo horno, hecho y cuidado por maestros ceramistas peruanos, entregamos nuestras piezas al fuego. Fue un acto de ofrenda: entre música ancestral, agradecimientos a la tierra y mucha camaradería, el horno nos reunió en torno a un mismo calor. Las llamas nos unieron, como si quemaran también todo lo que queríamos dejar atrás para dar paso a algo nuevo.
Día 4: Retorno al origen
A primera hora nos dirigimos a Caral. Estar ahí, caminar sus plazas, observar sus estructuras, fue tocar una dimensión espiritual difícil de explicar. Una energía especial vibra ahí, donde lo antiguo no es pasado, sino pulso presente.
De regreso, al abrir el horno, recogimos nuestras piezas como si fueran hijos recién nacidos. Había emoción, asombro, orgullo. Algunos las sostenían en silencio. Otros reían, cantaban, miraban al cielo.
La ceremonia de clausura fue un cierre con broche de oro: presentaciones artísticas, danzas folclóricas, alegría desbordante. El encuentro terminó como empezó: con música, fuego y celebración. Y como si el ciclo se completara, nuestras piezas fueron acogidas para ser resguardadas en el distrito de Supe, donde serán protegidas hasta futuros encuentros. Como semillas de barro que esperan su próximo brote.
Participar como ceramista peruano en este encuentro, en un lugar tan íntimamente conectado con nuestra raíz, fue una experiencia profundamente espiritual. La cercanía con Caral no es solo geográfica, es energética. Lo sentimos todos: quienes venimos de cerca y quienes llegaron de lejos, como si esta tierra nos hubiese llamado uno a uno.
Tinkuy no fue solo un evento. Fue un acto de comunión. Y nos recordó que la cerámica no es solo técnica ni oficio: es idioma, rito, memoria viva. Y en cada pieza moldeada quedó escrita esa historia que nos conecta con la tierra, con el fuego y con todos nuestros hermanos de barro.