UN PAIS AJENO por Tomás Espina y Adriana Martínez

Desde el 24 de agosto al 1 de diciembre de 2024, se presenta la muestra «Un país ajeno», con obras de TOMAS ESPINA y ADRIANA MARTINEZ , en el MARCO Museo de arte Contemporáneo de La Boca. La curaduría estuvo a cargo de Carla BarberoJavier Villa.
La muestra expone cerámicas de gran formato, aprox 150 cms de altura, pinturas y dibujos.

Adriana Martínez nos comparte en este texto sobre la experiencia de trabajo:

Un tiempo de poner palabras al hacer.
En el Museo Marco de la Boca, hay una muestra del artista Tomas Espina, “Un país ajeno”, para la que colaboro con cuatro piezas de gran tamaño y una quinta de menor dimensión.
Esta muestra está curada por Carla Barbero y Javier Villa.
En la sala de abajo se yerguen, a la vez que ondulan y flotan las cuatro piezas de cerámica que realicé a partir de dibujos de Tomàs Espina, con la ayuda de dos asistentes, Uriel Franco, ceramista de Concordia, Entre Ríos y Antu Robles, hijo de ceramistas y nieto mío que sin practicar el oficio lo conoce desde antes de haber nacido.
Estas cerámicas están enfrentadas a una gran pintura vertical de Tomàs, un paisaje pampeano incendiado, que de alguna manera “es ante todo el territorio para el acontecimiento” . “El pincel de fuego lacera la tierra, y en ese mismo acto regurgita intensidad y sentido” (del texto curatorial).
Un paisaje vertical con ese cielo inmenso de la pampa que tanto he sabido habitar “del cual
ahora precipita el fuego” y hacia el que una y tantas veces corría de niña intentando alcanzar esa línea de horizonte que cada vez se iba mas allá, para nunca alcanzar. (del texto curatorial).
Las cerámicas son, en cierta manera una comunidad de seres de arcilla que erigimos, cuya
permanencia la da justamente la intervención del fuego, que manteniendo las formas las
convierte en otra cosa, garantizando su trascendencia. Incluso la sobrevivida a nosotros mismos.
Como fue llegamos a esas piezas, a la materialidad de esos objetos.
En principio fue encontrarme con Tomas Espina quien buscaba a ceramistas que trabajaran
piezas de gran formato, èl «quería hacer cerámica, pero no ser ceramista»(…)
Había leído El entenado de joven, y aunque por supuesto no tenia injerencia en este momento del desarrollo de la muestra, a medida que Tomàs me contaba y me mostraba la pintura, me parecía que había una exactitud en significar ese conjunto de cerámicas desde lo que estaban pensando, porque además venía a lograr un sincretismo con lo que había pasado en el tiempo de la construcción y proceso de las piezas, la definición de “la utilidad y simbolismo para el ritual” era perfecta. Un filtro que podía utilizarse para una cotidianeidad y a su vez podría filtrar otros brebajes.
Y luego El entenado, igual que en la novela es testigo del ritual orgiástico, en el proceso de las piezas, como dije antes fue un observador. Presencia silenciosa que marcó el abordaje del trabajo y lo atestiguaba con su propia materialidad. Como en la novela, fue el elegido como testigo y comunicador del proceso constructivo, en la muestra está enfrentado al paisaje, como diciendo desde su presencia “que orbita en el elenco…” lo que acontece más allá de sí mismo.
TEXTO COMPLETO 

“Lo desconocido es una abstracción: lo conocido, un desierto;  pero lo conocido a medias, lo vislumbrado, es el lugar perfecto para hacer ondular el deseo y la alucinación”.
Juan José Saer, El entenado

Estamos seguros que no es adecuado para nosotros, tanto creadores como engendros de una cultura bastarda, otorgarnos el título de entenados; hijastros de la Latinoamérica marrona. Lo que sí podemos afirmar es que vivimos en un país que a cada rato pierde su nombre y, a causa de esto, recobran sus otros sentidos. En esa pérdida y en ese constante proceso de transformación, el lenguaje se vuelve opaco y el territorio deja de ser un cuchillo que corta y divide para convertirse en un espacio contenedor y generador de una imaginación vaporosa, o más aún, alucinada. Eso es lo que ofrecemos: convocar y expiar nuestros delirios. Plantar, en aquella vieja especulación del horizonte vacío, un torbellino de carne, tierra, sexo y fuego. Aquí el paisaje es mucho más que una visión a contemplar, es ante todo el territorio para el acontecimiento. Nada existe fuera de él.
En esta exposición de Tomás Espina el paisaje total se manifiesta en una pintura de la tierra vertical. Una arremetida fangosa contra el horizonte para abrazar el tiempo inmemorial del suelo y su extremo, el cielo, del cual ahora precipita el fuego. La pintura de paisaje como símbolo para edificar un país se encuentra de frente a unas vasijas de cerámica. Estas masas blandas contienen nutritivos movimientos sedimentarios, paradójicamente atemporales de alguna comunidad sin nombre que pudo, o podría, existir. Por último, una serie de dibujos labrados al carbón carroñan el espesor de la pura subjetividad, ese otro territorio atávico, siendo testigos de una forma primaria y extasiada.
País y pintura, comunidad y cerámica, dibujo e intimidad, podrían ser los puntos de partida para esta historia emocional y política del fuego. Los recuerdos colectivos de un territorio se presentan en forma de energías centrípetas y centrífugas, de derretimientos y quemaduras; como estremecimientos o palpitaciones, rumores inaudibles o temblores en el cuerpo. TEXTO COMPLETO

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