Diógenes

por Julio Gómez - 09/2008

Después de ya más de 40 años de visitar talleres de ceramistas puedo recordar, especialmente, algunos que me parecieron diferentes y a veces hasta muy raros, pero como el taller de Diógenes ninguno.
Diógenes era un bicho raro, un hombre posiblemente viejo pero no lo parecía. Lo que sí, parecía bastante sucio pero no lo era. Cuando lo miraba bien como para descubrir porqué me causaba esa desagradable impresión no atinaba a darme cuenta del verdadero motivo pues hasta olía bien, en ocasiones a lavanda y a veces otras fragancias. Posiblemente no era él y quizás si su taller, pero aparte de la gran cantidad de cosas, apiñadas, que se veían por todos lados no había signos de falta de limpieza, al contrario todo parecía reluciente, como lustrado, pero la superposición de sus cerámicas con herramientas, moldes, pinceles, libros y demás utensilios creaba una atmósfera que a primera vista se podía calificar como desprolija pero que si mirábamos bien todo tenía un orden preciso y parecía mantenerlo. Sus cerámicas, a veces de gran tamaño, eran muy interesantes y siempre traté de imaginarme cómo las haría en ese taller, carente de superficies libres como para trabajar razonablemente y en otras ocasiones viendo sus grandes hornos abiertos y repletos de un repertorio inimaginable de cosas, cuidadosamente apiladas y como recién barnizadas también me preguntaba como las hornearía, muchas veces estuve a punto de preguntarle pero nunca me atreví, a fin de cuentas era su taller y yo no tenía ningún derecho a entrometerme en su forma de trabajo. Lo que sí una vez le pregunté era acerca de su nombre, Diógenes, y me dijo que era un apodo de orígen familiar, que tenía desde niño y que no sabía porqué se lo habían puesto, lo que no me quiso decir fue su verdadero nombre y tampoco su apellido explicándome que prefería olvidarlos.
Un capítulo aparte merece su gato, al que durante mucho tiempo creí embalsamado, hasta que un día lo ví saltando sobre pilas de objetos amontonados, y posiblemente persiguiendo a un ratón, su pelaje era muy negro y lucía como recién lustrado, el ratón no sé porque no lo vi.
Finalmente dejé de ir a su taller durante varios años y recientemente, estando cerca de su casa, se me ocurrió visitarlo, cuando llamé a la puerta me atendió una señora, ya mayor, y me dijo que Don Diógenes había fallecido y en su testamento le había dejado su casa y la misión de mantener todo limpio y en orden, en un rincón vi al gato y podría asegurar que esta vez sí estaba embalsamado.